Foto a título indicativo solamente.
 

El origen de este cuento o historia se pierde en el tiempo, haciéndola imposible descubrir su autor o lugar  donde sucedieron los hechos. Solo voy a referir este cuento sin ningún tipo de animosidad, ni vendetta. Gastando bromas, si  te ven con un abogado te dicen que andas en malos pasos, no se sabe si lo dice porque tienes por allí un “anticucho” o  se refieren a tu acompañante.

Cuando aún no existía carretera en nuestros pueblos, para viajar a Castrovirreyna o Huancavelica, por temas litigiosos, se tenía que utilizar los caminos de herradura, tres o cuatro días a lomo de caballo, llevando su jojao (fiambre) en la alforja, que se componía de cancha, queso frito y las infaltable torrejitas, que las madres o esposas preparaban al filo del llanto y la preocupación. No debía faltar un buen pisco.

Así nuestros padres viajaban, cruzando puquios, interminables pampas, engañosos atajos, afilados cerros. Se pasaba roquedales donde “aguaitaban” temerosas vizcachas, que solo se cazaban para que el “curioso” pase por tu cuerpo y se descubran alguna enfermedad. Se divisaban pequeñas vetas de hielo, que don Tomas Cuba  llevaba a Tantarà para preparar raspadillas. Desde  lo alto  vigilaba el majestuoso anca (gavilan) que se defendían en pleno vuelo de los picotazos del pequeño quillihuara (cernícalo). Se escuchaba el balar de las ovejas y el ladrar de los perros pastores y a lo lejos una despreocupada pastorcita, con su sombrerito y su manta.  Así se caminaba, horas, días.

Llegaba  la noche y como el “tuquito”  se buscaba  una cueva, una casita abandonada para quedarse a dormir. Se desensillaba  el  caballo y sus aparejos servían como cama. Sacabas  el  jojao y lo  degustabas  pensando en los  familiares. Prendías  un cigarro inca, sacabas tu coquita y la “chacchabas” con tu toccra que habías comprado del “Huamangino”, luego con las hojas de coca  “leías”  tu suerte fatal. Retirabas la coronta que servía de corcho a la botellita de pisco  y  adentro,  haciendo un salud imaginario. Veías el límpido cielo, inmensa bóveda azul,  llenos de titilantes estrellas, que te invitaba a pensar  en tu futuro proceso judicial, desalentadora por donde lo mires, porque se harían interminables, que alcanzarían hasta tus hijos y nietos.

Así nuestro viajero litigante, caminando días  llegó a una estancia, temeroso se fue a desensillar su caballo atrás del corral. Así estaba, sopesando sobre su futuro judicial, los viajes que tenía que hacer. Pensando se decía que para meterse en juicio tenía que tener un costalillo  de papel,  otro de plata y otro tanto de paciencia. Luego conseguir un buen abogado, por su mente pasaba nombres de familiares, amigos abogados. Que caray decía, para darse valor.

De pronto escucho la voz de la pastora que la invitaba a pasar. Gracias señora atino a decir, con total humildad. Siéntese, por aquí por el fogón, le serviré algo. Gracias. Así estaba cuando  una triada de perritos pequeños, a esos que  llamamos chapos o pichis, empezaron a ladrar  a nuestro viajero, a molestarlo. Llocse caipaj, alljo (Sal de aqui, perro). Nada. Juchuchu, juchuchu, decía tirando una piedrecita, para que se vayan, nada. Los animalitos allí ladrando, husmeando obstinados.

Al darse cuenta que nuestro viajero estaba ya molesto la pastora se dirigió al más pertinaz y le grito fuerte: Abugaducha, abugaducha, llocse chaipac (abugaducha, fuera de allì). Abugaducha deviene de abogado y abugaducha en quecha es un término despectivo referido al abogado.

Qué raro se dijo nuestro viajero, abugaducha, pensó. Caramba, voy a sacarme el clavo y pregunto a la señora. Que a quien lo llamaba abugaducha. A mi perro señor, contestó  y señalo al más chusco, que moviendo la cola y jadeando se sentó en dos patas. Abugaducha, abugaducha  …..  y por qué le ha puesto ese nombre. Porque es bien ratero señor.