En OPINIÓN LIBRE |

¿A dónde nos lleva la educación? Un artículo de Lauro Saldaña Gutierrez

La educación peruana nos hace buenos trabajadores, pero también... ¿mejores personas?

Estudiantes en una escuela del distrito de Tantará, provincia de Castrovirreyna.
 


Vaivenes de la vida escolar en mi pueblo


Es lunes, un día lluvioso y triste, triste como la mirada de los niños que van en la movilidad escolar, la mayoría de ellos van con las caritas de sueño, unos malhumorados y otros cabizbajos muy pocos están alegres. Veo a mi hijo entre ellos, y de pronto, me viene a la mente la imagen de niños cual corderos camino al matadero.


Me pregunto si realmente es bueno que todos los días tengan que pasar por el suplicio del despertar sin querer, de vestirse con un uniforme que detestan, de desayunar antes de tener hambre y de soportar todo el ajetreo que significa enviarlo a la escuela. Me pregunto si vale la pena sacrificarlo tanto, por tratar de educarlo de acuerdo a lo que dictamina el sistema. ¿No seria mejor que siendo aun tan pequeños disfruten de los juegos y de socializar más con su familia y sus amiguitos?


Los primeros recuerdos que tengo de la escuela, es el día que mi madre me llevo allí por primera vez, no se porque, pero no me quise quedar allí, ver a un montón de mis amigos encerrados en un salón, todos allí sentados, inmovilizados, creo que me asusto. 1er. Grado de primaria, lo recuerdo muy bien.


Bueno, allí me llevo –por no decir me arrastro- mi madre, luego de ponerme un uniforme que no lo quería. Allí descubrí que había que obedecer y acatar todo lo que te decían los profesores: a escribir unos símbolos que no entendía, a cantar canciones estúpidas, como aquella la del “zarramplín”, a competir con mis amigos a ver quien terminaba primero la tarea.


Allí también descubrí los castigos a la que te hacías merecedor si no obedecías: el callejón oscuro, el potro, el azote de la rosa, pararse en un rincón sin mirar a nadie, a permanecer largas horas de rodillas, a la tortura que significaba la jalada de patilla, entre muchos otros que ya no recuerdo. La escuela, era una especie de cárcel, donde todos lucíamos el mismo uniforme, donde éramos obligados a cumplir con unas normas y disciplinas en aras de la educación, una escuela que no diferenciaba los distintos talentos. Una escuela donde no había casi nada, nada que estimule el estudio.


La verdad, a mi no me gustaba ir a la escuela, yo quería estar en mi casa jugando con mis juguetes o explorando el cajón de herramientas de mi padre, o irme por allí al campo a explorar y descubrir otras especies y formas de vida, me encantaba pasar las horas cerca del manantial observando a las ranas, sapos y renacuajos o cabalgando cuanto animal de cuatro patas se cruzase en mi camino.


Era atroz para mi hacer la tarea y obedecer al profesor, que siempre quería que estemos quietos y sin hacer bulla. Me pregunto si este tipo de educación no era una forma de quitarnos y extirparnos a los niños la creatividad y todo tipo de ingenio. Los chicos desde que nacen, nacen con esa capacidad de crear, son creativos, observadores y curiosos.


La escuela de mi época, creo que solo era un espacio de tedio y aburrimiento. Era ver al maestro en un tablero dictando clases, donde el profesor es una materia estática, una materia que no tiene movimiento que dice solamente palabras. No buscaba para el niño otro desarrollo que no sea el desarrollo curricular. Cuando un alumno preguntaba. ¿Profesor para que sirve esto? - Algún día lo podrás necesitar-. Generalmente esa era la respuesta.


En la secundaria, el único curso que lleve cuaderno, fue el de matemáticas. Me parecía de estúpidos copiar lo que te dictaban los profesores, era exactamente igual a lo que estaba en el libro. Primero lo escribías en un cuaderno de borrador y luego en tu cuaderno de limpio.


Los profesores eran mis enemigos declarados. Nunca repetí un año pero siempre hice méritos para hacerlo, siempre fueron los mismos discursos con diferentes profesores, siempre el mismo uniforme, y siempre ese maldito horario que no me daba tiempo para jugar.


Allí descubrí que había chicos que tenían que caminar una o dos horas, a veces sin zapato, para llegar a la escuela. Muchas veces sin comer. A veces lo que comían era solo un té, una papita, con suerte un huevo, pero esas veces eran casi nunca. Caminaban buscándose un futuro, porque sus papás no habían estudiado nada y querían para ellos un mejor porvenir, de ese que se labra con educación, como dicen.


Tanto secundaria como primaria, eran una suerte de “pulidor” en donde te extirpaban la creatividad, te aniquilaban el ingenio, te castigaban la suspicacia, se meaban en tu arte, llenaban de pus tus sueños, sancionaban tu vida social e intentaban hacer de ti una pieza servil a los intereses del gran capital. Si fuera por mi, a las escuelas y colegios de mi época los llamaría “Centro de adoctrinamiento servil”, o “Centro de adaptación forzada para una vida no crítica”, o cosas por el estilo, pero no. Te mienten bajo la máscara de la educación para todos.


Los profesores deberían ser los guías de los alumnos que necesitan ser escuchados, que tienen todas las ganas de recrearse, de experimentar, de conocer, de aprender, de culturizarse pero en libertad, decidiendo en qué momento hacen qué, sobre qué quieren aprender, qué habilidades desean desarrollar, cuándo las desean desarrollar. Por qué se concibe la educación como una cuestión que se tiene que meter a la fuerza y por la fuerza. ¿No que uno se educa para ser libre?


Aun hoy me sorprendo por qué tan miserable puede ser nuestro sistema educativo que intenta imponer una religión a través de un “curso pedagógico” en pleno siglo XXI, en segundo lugar pienso, qué grandioso hubiera sido si en esa época hubiéramos tenido un lugar a libre disposición, donde estudiar con otros muchachos más, las plantas, los animales, la vida en otras especies, los fenómenos naturales, un sinfín de maravillosas cosas sin la presión de una majadera nota.


En mi colegio las notas eran el reflejo de que tanto podías memorizar los textos de las distintas materias. Eso era para mis profesores el resultado de que tanto habías aprendido.


Mentira, las notas no eran otra cosa que la metodología del sistema, para decretar quienes eran aptos y quienes no. ¿Según quién?, ¿según los intereses de quién? Era un sistema que te obligaba a competir y tumbar a tu rival. Convertía en cifras del uno al veinte la creatividad, capacidad, talento. Eso era purita exclusión social en toda su esencia.


Otro tema eran los profesores. No pondré en el mismo saco a todos, recuerdo bien a aquel maestro de literatura en la secundaria, que le sacaba la vuelta a la currícula pedagógica y nos hacía actuar, cantar, escribir poemas, una hombre comprometido, que no le tenía miedo al Estado ni a ningún mequetrefe. Sin embargo la mayoría de los profesores eran patéticos, cerrados, escasos de creatividad. Solo querían cobrar su sueldo a fin de mes.


De primero a quinto siempre escuchaba más o menos estas expresiones: -¡Aquí vienen a hacer vida social o a aprender!-. En ese entonces, supongo, que no había nadie quien les dijera, que una autentica forma de aprender es sociabilizando. -¡Alumno preste atención, o toda la vida usted quiere ser un burro!- Alguna vez el mismísimo Einstein dijo “Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”. -¡Es obligatorio venir uniformado!- Decían ¿no? Yo decía púdranse. La mayoría de los profesores no buscan un verdadero progreso, solo les interesa el desarrollo curricular. Lo más lamentable es que esto se da también en las universidades.


Volviendo al colegio, actualmente, pienso las escuelas, son como una gran guardería donde los padres se pueden deshacer de sus hijos y tener el tiempo libre para contribuir al crecimiento de un Perú que aspira a ser una marca y no un país; entonces todo se complementa. El padre cumple su función de máquina servil en su “trabajo” y el niño cumple con asistir a que le fulminen la creatividad para ser la futura máquina servil de los intereses del gran capital en el futuro, convirtiéndose esto en un círculo vicioso.


Hay gente que podría argumentar que nuestro país no tiene dinero para invertir en educación, yo tengo otra teoría.


El Estado y en sí el nuevo orden mundial que indica que la compra y venta lo es todo, no invierte en sí en educación, no porque no se pueda, si no porque no les convienen. ¿Se imaginan toda una generación crítica, incorruptible, que aspire siempre a la justicia teniendo como referente a la equidad, siendo la libertad el principio del respeto mutuo? Las grandes trasnacionales seguramente se harían pis, el imperio no tendría a quien corromper con sus cochinos dólares, las potencias serían impotentes, las dictaduras caerían desde dentro, la publicidad sería sincera, las tres religiones más poderosas probablemente reeditarían sus libros sagrados, la democracia funcionaría, los debates serían de interés público y se dejaría de prestar tanta atención a los traseros de Combate, un mundo mejor.

Mi pueblo, es un pueblito perdido en las alturas de los andes, con la fortuna de haber tenido entre sus primeros habitantes una camada de pioneros, de gente con muy poca educación, casi nada, pero eran hombres visionarios, con sentido común por las cosas, tenían una visión diferente de la vida y la familia. Muchos de ellos ni siquiera habían terminado la primaria, pero deberían haberlos visto como ellos hicieron de la agricultura y la ganadería lo mejor de la zona.


Tenían su mini central hidroeléctrica, construyeron una hermosa iglesia labrada en piedra, trajeron una gran campana, aleación que según me contaban era la misma de la Mari Angola, cargada en hombros, trajinando caminitos por donde no los había, construyeron los dos canales de irrigación, y su obra monumental hecha a pulso y bajo el sistema de el topo: la carretera.


Solo por nombrar algunas de sus obras, obras realmente relevantes. No como en estos últimos tiempos, con estos alcaldes, que son unas autoridades que se eligen con triquiñuelas, zamarros, lenguaraces, carentes de visión, que solo han contribuido a deslucirlo.


Mi pueblo, es conocida en toda la zona por tener entre sus hijos, entre un 90 por ciento de profesionales, pero que profesionales: serviles, con muy poco criterio social, copados por el sistema, profesionales sin liderazgo, conformistas, apocados, ganados por el procedimiento, soñadores que solo van al pueblo a ufanarse entre sus provincianos. No es que el hijo que se educa bien, debe retornar a su pueblo, a sus orígenes y allí demostrar con acciones dentro de su comunidad, que es un buen profesional. Bueno pues, creo que todo esto es resultado del tipo de educación que recibimos.

 




 

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