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ACUARELAS TANTARINAS: Don Mario del Río

Había también un aurahuino, casado con una matrona tantarina, que llegaba no con llamas, sino montado sobre un brioso corcel, completamente enjaezado, desde la cabeza hasta la cola.

Foto a titulo indicativo. Fondo: Plaza de Armas del distrito de Tantará  - Castrovirreyna.
 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial


En ese entonces, cuando Tantará contaba solo con escarpados y a veces filosos caminos de herradura, la canasta familiar se complementaba con productos llevados desde alejados lugares, uno de ellos  Aurahuá. Llegaban los Aurahuinos, arreando una recua de llamas, encintados con tiras multicolores que colgaban de sus orejas, donde predominaba el rojo.

Las llamas son unos aristocráticos animales, altos, esbeltos, de mirada inquieta, siempre predispuestos a lanzar escupitajos. Traían oca, quinua, chuño, en pequeños costalitos, para el trueque con papa, maíz, cebada.

Los Aurahuinos vestían sencillamente, usaban chullo, chumpi  y ojotas o jepoy - calzados  hechos con cuero de llama - como los usaba don Anastasio Mollehuara, patriarca de una generación de gente honrada y trabajadora, cuyos descendientes se asentaron en Tantará y tuvieron la visión de cultivar  tierras eriazas, abandonadas y convertirlos en tierra fértil.  

Había también un Aurahuino, casado con una matrona tantarina,  que llegaba no con llamas, sino montado sobre un brioso corcel, completamente enjaezado, desde la cabeza hasta la cola. Su llegada y permanencia no pasaba desapercibido. Era uno de los potentados y persona principal en Aurahuá, carismático, cosmopolita y con una sonrisa de 25 quilates. “Yo tengo llamas tamaño 'inglisia'…” decía y ese comentario, escuchado por un “maccta”, un mata perro, era la comidilla en la escuela y que perdura hasta ahora.

Don Mario (centro camisa azul) y sus descendientes.

Los mayores lo saludaban con respeto. Don Mario, como está usted. El aludido respondía el saludo sin dignarse siquiera a desmontar.  Así pasaba sus días en Tantará, visitando la Municipalidad, la oficina de correos, la escuela, el puesto  de la benemérita y en todos esos lugares lo recibían con deferencia y respeto, hasta que abandonaba Tantará, no sin antes dejar una estela de anécdotas.

Sus hijos en algo se le parecían, pero jamás llegaron al lugar del padre. Uno de ellos, que ya no está en este mundo, llegó a Tantará en una de sus fiestas y se presentó como hijo de don Mario del Río. Las puertas se le abrieron de par en par. Billetera gruesa desvirgó cuanta tiendo encontró, hasta que se le acabo el dinero. De allí pasó a  cuentas fiadas, en igual cantidad de tiendas. Terminó la fiesta y con el desapareció el de la billetera gruesa. Los cantineros se quedaron con todas las ganas de cobrar la platita, solo les quedaba rumiar su amargura.    

Al tiempo apareció nuevamente  la figura de don Mario del Río, siempre montado sobre su brioso caballo. Don Mario, una palabrita. Cual será, dígame usted, respondía desde lo alto de su caballería. Su hijo me debe. Carraspeó el de la montura talabartrada y con cierto enojo preguntó por el monto. Tanto don Mario. No hay problema, respondió y pagó. Seguía su recorrido y otra voz lo saludaba. Don Mario, su hijo me tiene una cuentita. Caramba, cuanto es. Tanto don Mario. Pagó  y continuó. Y así las voces se sucedían, se multiplicaban,  emergían desde el fondo de las cantinas reclamando deudas impagas de su hijo.

Cansado y mortificado se apeó en una humilde tiendecita, donde  vendían solo tragos baratos, de dudosa procedencia y curativos, como el pisco con huamanripa o el remojado de culebra. Don Mario, se emocionó el de la tienda, como está usted. Bien respondió secamente, con cierto disimulo, presagiando tal vez su desdicha. Don Mario, su hijo me debe. Cómo…?. Resopló al borde de la apoplejía. Se calmó, suspiro hondo y preguntó por el monto de los daños. Tanto don Mario. Dominó la ira y pagó,  no sin antes ordenar a que en si  en una próxima oportunidad alguno de sus hijos le pidiera fiado, en lugar de trago le diera bocado, bocado, repitió  como para no dejar dudas. Ya sabe usted, bocado, volvió a sentenciar. Montó raudo, espoleo fuerte y desapareció por jahuaricuna, arriba, camino hacia Aurahuá.

Don Mario con sus ciento cinco años a cuestas y nuestra querida tía, una de las  matronas de Tantará, Mary Graciela Tovar Rojas,  aún nos acompaña y esperemos sean muchos años más.

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