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"En el valle de las sacuaras" (cerca de la chacra de don Germán del Río)

Para llegar a Pacuri, hay que descender por Manzanapata, y luego caminar por un arcilloso camino que bordea los alfalfares de Huancarume, chacra de don Germán del Río. Pacuri es el valle de las sacuaras, queda al fondo del pueblo.

A las tranquilas y no muy profundas pozas del río por el lado de Pacuri fueron a bañarse tres mozalbetes huachinos. Culunchos, galasiquis.
A las tranquilas y no muy profundas pozas del río por el lado de Pacuri fueron a bañarse tres mozalbetes huachinos. Culunchos, galasiquis.

 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 

 

PUBLICADO EL 20-02-2023 | A las tranquilas y no muy profundas pozas del río fueron a bañarse tres mozalbetes. Culunchos, galasiquis.   

 

Para llegar a Pacuri, donde están las pozas, hay que descender por Manzanapata, y luego caminar por un delgado, inclinado y arcilloso camino que bordea los alfalfares de Huancarume, chacra de don Germán del Río. Pacuri es el valle de las sacuaras, queda al fondo del pueblo.

 

En este pequeño valle crecen carrizos y sacuaras al borde del río. En el mes de los vientos, niños y jóvenes, cargan desde Pacuri, enormes y rectas sacuaras para armar coloridas cometas que se elevarán a lo alto llevando sus ilusiones. Al frente está la chacra de don Jacinto Vásquez, personaje singular, popular y de un ingenio sin igual en toda la comarca. Los jóvenes que van por leña se topan con enormes y variados colores de calabaza: blanco, verde y checche, con manchas blanco y verde.

 

Ahora no es agosto, pero se atrevieron a descender hacia Pacuri tres traviesos para chapalear en sus pozas. Pompi y Fierro, gritaban, saltaban y brincaban mientras se bañaban. El tercero, Alchi, miraba en silencio y con atención el juego de los amigos.

 

Estos inquietos chiquillos, como los otros niños del pueblo, tenían las manos cuarteadas, chapas en la cara, pelo mal cortado. Usaban pantalón con tirantes, uno de ellos colgado, sin abrochar; camisa abotonada en desorden, chompa a la cintura, gorra o sombrero puestos a la carrera.

 

Siempre andaban juntos. Luego de los sencillos quehaceres que en sus casas les encargaban, como traer agua del puquio para preparar el almuerzo, los veían comiendo tumbos o chancando nogal en Teneria, debajo de Chupanmonte.

 

Recogiendo lancar en Tinco, cerca de la toma de agua de la acequia que cruza el pueblo. Mascando caña en Chilcani en las chacras de don Celino Peve o de Sixto Navarro.  Cosechando nísperos en Cruzpata, en el huerto familiar.

 

Cuando se juntaban con los otros niños ocupaban el tiempo con el fútbol, bulliciosos, gritando a todo pulmón, en el atrio del templo católico. Pelota de plástico. Cuatro piedras simulaban ser los arcos del campo de futbol. Ahí estaban ganando la pelota en rebote con Chicote, Bolero, Konami, Willy.  Por los Clavos de Cristo, Zotaco corre. Santigallo grita. Maco y Huaya con sus goles de chiripa. Patito driblea. Malchi, Tribulcha, Nato y Maxe se rompen las venas de tanto gritar.

 

Y, algunas veces, todos ellos, estaban jugando con la arcilla, allá en Lucma, en la salida del pueblo, donde la tierra tiene múltiples colores. Creativos, entretenidos, armando imágenes y juguetes con la arcilla.

 

Los tres mozalbetes no iban a bañarse a las pozas de Tukumachay o Tinco, esas pozas eran profundas y había que ser buenos nadadores  como Jango, Ítalo y Carlos Peve, Patito. Tampoco se atrevían ir a la poza debajo del puente.

 

Tenían miedo. Los mayores decían que esa poza es encanto, atrae a los niños inocentes y los desaparecen.

 

Pompi y Fierro eran primos hermanos, dueños, según ellos, de las plantaciones de nísperos y otros frutales que abundaban por Cruzpata.

 

A pesar de tener más de seis años, Alchi, vecino de Pompi, no hablaba, sólo balbuceaba, mal que bien, algunos monosílabos que le permitía comunicarse; muchos creían, incluido su familia, que se quedaría mudo. Era un niño solo de sonidos. No expresaba palabras, más allá de monosílabos. Niño tierno, tranquilo. A esa edad todavía no había mencionado las palabras mamá, papá o teta. Era un niño de señas, no de palabras. Estoy hablando de años antes de que Alchi vaya a la escuela y cante esa famosa ranchera “Guadalajara es un valle …”.
 

A una distancia no muy lejana de las pozas de Pacuri, Felchi Cárdenas Castillo estaba regando sus sembríos y de rato en rato distraía su atención el juego de los niños en la poza o a orillas del río.
Repentinamente el río aumento su caudal y modificó su color y olor. Alcides empezó a inquietarse. Corría y miraba de un lado para otro. El agua pasaba de claro a turbio y en minutos ya era chocolate y, con toda seguridad, la profundidad y amplitud del pozo era mayor. Alcides se alocaba. Agitaba las manos. Hacía señas. Corría. Volvía a agitar las manos.

 

Pompi y Fierro empezaron a ser absorbidos por un remolino. La rotación del agua era fuerte. Los anillos giratorios del agua turbia arrastraban a los niños. Agua de huaico que venía arrastrando barro desde Quiropalca.

 

Un grito desgarrador, desesperante, urgente se escuchó. Felchi Cárdenas comprendió que era un pedido de vida o muerte. Uno de los niños, a orillas del río, agitaba con fuerza sus pequeños brazos.  Entendió el peligro y abandonó el riego. Corrió a salvar, agilito, a los mozalbetes que ya tenían los ojos saltones, la cara amoratada y estaban atragantándose con el agua.

 

A orillas de la poza, Alchi estaba inmóvil, como espantado. Sorprendido. Asustado. Sin pestañar y falto de fuerzas para mover la cabeza. Al ver que sus amigos y cómplices se ahogaban, Alcides, a los seis años, y con el tremendo peligro frente a sus ojos, dejó de ser mudo. Habló acertada y oportunamente.  Liberó sus tres primeras palabras. Palabras desesperadas. Palabras explosivas. Palabras de socorro.  


- ¡Gente!, ¡Gente!, ¡Gente!

 

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