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Frutas silvestres del campo, de los puquios, de los cerros, de las punas...

Hierbas, arbustos y árboles crecen con la lluvia; expanden sus ramas, alentados por truenos, relámpagos y arco iris... en el sublime ecosistema huachino.

Huachos, a comienzos del siglo XX. Todos los techos eran con tejas, paredes blancas, zócalo rojo, puertas y ventanas color añil, había también algunos techos con ichu. Akara Pata era el camino donde habia frutas silvestres.
 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 
Hierbas, arbustos y árboles crecen con la lluvia; expanden sus ramas, alentados por truenos, relámpagos y arco iris. Cuando las lluvias disminuyen y luego se ausentan, el colorido de la campiña va cambiando conforme avanzan los meses: marzo es un manto verde; abril y mayo, verde y amarillo;  junio y julio, dorado.
 
También el trinar y vuelo de las aves varía; el canto del chiwaco y su intranquilidad dependerá de la cosecha; el correr de las perdices es anuncio de buen año.

Entre la floresta o al borde de caminos y chacras, crecen, ganando espacio o retorciéndose, una variedad de frutos silvestres. Algunos de ellos se expresan, con un colorido especial, en llamativas flores; el rojo, amarillo y blanco salpican, a veces dominan.

Gran parte de los frutos ya son conocidos, y lo que es más importante, difundidos sus cualidades nutritivas y/o curativas. Podemos encontrarlos en los supermercados de las grandes urbes del país, nos referimos al aguaymanto, la tuna, el sanki, el tumbo, la akara, el láncar, el tuctun... Sin embargo, hay muchos frutos silvestres todavía no conocidos o muy pocos difundidos, y  en Huachos abundan. Están para el disfrute  de  niños, jóvenes y adultos. En el diario trajinar, refrescan o sirven de alimento al caminante, o son parte del juego infantil o juvenil. Como son frutos temporales, no es fácil  hallarlos, requieren de buen ojo, pericia y mejor olfato. Hay expertos en ubicarlos. Los novatos, antes que frutos, lo único que cogen es la picadura  rabiosa de la ortiga. 
 
 
Frutos del akara.

Enredándose y tratando de no separarse de la tierra está el dulce agrio del  tuctún. En abundancia lo encontramos en Chahuayaca o Escalera,  bordeando caminos o  en la inmensidad de los pastizales acompañando al anís, el trébol y  el marco. De bella flor, generalmente blanca, hojas carnosas, indica al dulce y jugoso tallo de achangaray. Abundan por Tinco y  Tukumachay. Sustituye al limón en el preparado de la melcocha. La akara, envuelta en su cáscara verde,  colgada de su planta madre, protegida  de pocas hojas, aguarda al caminante que transita por  Peve y Colcha. Uno de los barrios del pueblo recibía el nombre de Akarapata, donde abundaba el fruto,  la expansión urbana la extinguió.

El río  tiene sus misterios y encantos; en sus bordes, trepado a sus arbustos está  el exquisito, delicioso y amarillento  láncar. Arbusto de tallo negro, el yanawuarmi es una frutilla rojiza de pepa grande. La planta es  usado como árbol de navidad. Racimos amarillos y rojizos, en formas de pequeñas bayas  es el chamamullo. En el cálido microclima de Teneria, abundan los frutos, entre ellos el cormen.

Estos frutos no sólo permiten sabor y frescura, en el vínculo del hombre con la naturaleza y la eterna travesí­a del ser humano, son notas que Segundino de los Ríos Cárdenas, “Seguito”, va cantando en cada uno de sus versos; las penas y el aroma silvestre de la totora y el tuctún envuelven el alma melancólica del poeta.


“Totora totorita, novia del tuctún nervudo
 tú, tan lozana y galana
 él, viejo y añoso”.

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