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Los diablitos

Toc, toc, toc. Tocaron la puerta. Al ratito, otros golpes, suaves, tímidos, lentos. Los toques no pertenecían a papá. Él tenía cinco toques pequeños, rápidos, pero fuertes y remataba con dos golpes, secos, violentos.

Pedro, Miguel y José. (Distrito de Tanatara, provincia de Castrovirreyna-Huancavelica)
 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez 

Ingeniero Industrial


Toc, toc, toc. Tocaron la puerta. Afinamos el oído. Al ratito, otros golpes, suaves, tímidos, lentos. Los toques  no pertenecían a papá. Papá, como en lenguaje morse, tenía cinco toques pequeños, rápidos, pero fuertes y remataba con dos golpes, secos, violentos. Reconocíamos  al vuelo y alborozados corríamos a la puerta, saltando, brincando, para ayudarle a quitarse  su  poncho, chalina y sombrero.  

Nuevamente los golpecitos. Corrimos al patio pequeño, que da al zaguán y nos sobreparamos para preguntar ¿pim? (¿Quién?). Casi siempre, si era un familiar decía, huasillaooo ……(algo así como .. puedo entrar a casa…?),  reconocíamos la voz y abríamos. Si era un extraño decía, ñojam tìay  (yo soy tía). Esta vez, no hubo respuesta. Regresamos corriendo. Pitaj (quien es)  pregunto mamá. Piraj? (quien será pues?) respondimos.

Mamá, atizó el fogón y salió resuelta, pim, dijo, con voz fuerte. Nada. Abrió la puerta y encontró a dos niños. Tía Agripina, atino a decir el mayorcito. Sí,  soy yo. Tía, soy hijo de Carmen. Carmen, Carmen, dijo mamá, rebuscando en su mente el nombre. Carmen Buendía Violeta, completó el pequeño. Carmen, mi prima, se emocionó mamá, pasen hijos, discúlpenme dijo, tratando de aliñarse la ropa y a modo de presentarnos dijo, son tus primos.

Los pequeños  desconocidos cruzaron el zaguán, sorprendidos, viendo el aparejo y la montura sobre una banca. Mamá los guiaba y les hizo pasar a la cocina, que hacía  las veces de comedor y sala.

Empujo fuerte la puerta, que siempre se atascaba y los invitó a sentarse.

Atizó nuevamente la leña, que empezó a chisporrotear, avivando el fuego. Un ratito dijo. Terminó de hacer la cancha en la “callana” y lo puso en un plato y cortó tajadas de queso. Sírvanse, dijo y se sentó a la mesa. Los pequeños no terminaban de sorprenderse. Miraban de reojo las cosas, el batán, el fogón, la chaclana, donde reposaban los quesos, la máquina de moler. No encontraban  cocina a gas, refrigeradora, nada.

El pueblo.

Como están. Como está tu mamá. Como se llaman. Pregunto mamá, entre curiosa y sorprendida. No era para menos. En ese entonces la carretera no llegaba aún. Se tenía que pernoctar en “el corte” y en la mañana siguiente caminar cinco o seis horas hasta llegar a Tantarà. Para toda respuesta uno de ellos saco un papelito. Esto me mandó mi mamá dijo. Mamá tomo el papel y leyó a media voz.

En lo principal decía, prima te envío a dos diablitos…….para que pasen sus vacaciones allá. Mamá sonrío complacida. Como se llaman, pregunto.

Yo me “yamo” José, dijo el menor. Yo me “yamo” Miguel, dijo el mayorcito. No hablaban como nosotros. Confundían la LL con la Y. Típico del costeño que nosotros en nuestros juegos remedábamos, riéndonos, burlándonos. Hemos recorrido medio Tantará para llegar a su casa tía, dijeron, más en confianza. No arrastraban la erre, a diferencia nuestra.  No utilizaban el “ni”, como si lo hacíamos en cada frase. Su pronunciación y su dicción eran más clara. Vestían pulcramente. No usaban sombrero, ni zapatillas “siete vidas”  como la mayoría del pueblo. Tenían el cabello ondulado. El menor era de  tez morena, fina y sonrisa disimulada. El mayorcito, tez clara y sonrisa franca, abierta.

Vayan a la pampa, enséñales a tus primos los juegos, el columpio. Vayan donde “mamá Conce”, mientras  yo termino de  cocinar. Mi tía Conce, se sorprendieron.  Y mi tía Juana, preguntaron. Y mi tía Irene, dijeron. No había duda, venían a conocer a la familia, que se habían quedado a vivir en Tantará, a diferencia de su abuelita y el  resto de hermanas que había decidido asentarse en la capital.  

Retornamos para el desayuno. No terminaban de sorprenderse. La mesa estaba servida. Una humeante leche con yerbita de culén, para que no les haga daño, queso frito, mantequilla de casa (mamá preparaba a base de  nata de leche que previamente guardaba por días), cancha, machca con su japchi.  Sírvanse hijos. Se miraron, agradecieron y se sirvieron, de a pocos, temerosos.   

Es así como los hijos de mi tía Carmen se reencontraron  con  la familia, cerraron brechas que si había,  curaron heridas que no había. Posteriormente, José, era la clara visible de la familia Buendía en Tantará, en el Centro Tantará y en  todas las actividades que se realizaban a nombre de Tantará. Al igual que Jose, muchos primos, a quienes no conocíamos, de a pocos, se identificaron con Tantará, tanto así  que amán a Tantará mas que nosotros mismos. Se identifican con sus costumbres,  con sus tradiciones, con sus fiestas. Gracias a mis tíos por  infundir el cariño  por nuestro pueblo. Tarea pendiente para nosotros, inculcar  a nuestros hijos  el amor  por nuestro  maravilloso pueblo.
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