En OPINIÓN LIBRE |

Navidad en Huachos...

Una crónica de Ferrer Maizondo Saldaña.

 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 

Con las nubes, la neblina y la lluvia llega la navidad a Huachos. Truenos y relámpagos no lo impiden. Un airecillo de alegría, de festividad ingresa y sale de casas y locales.


Es una fiesta colectiva, comunal. Fiesta de celebración del nacimiento de Jesús. La intensidad y grandeza de festejar es de siempre. Fiesta con zapateo, sonaja y violín. Fiesta que contagia todo el norte de Castrovirreyna y gran parte de Chincha.


Días antes del 25 de diciembre inicia la navidad. Los niños empiezan armando sonajas que alentarán la fiesta. Al atardecer del 21 de diciembre, entre recelos y sonrisas forzadas se animan los primeros zapateos. Aquella noche es el Juyñupampa. ¡Quilusin! ¡Quilusin!


En el atrio del templo, los adultos abrigan sus ánimos con ponche y calientito. Expulsan disfuerzos y vergüenzas con más calientito. Zapatean variadas tonalidades que ofrecen el violinista. El violín imita el silbido de las vicuñas. ¡Vicuña! ¡Vicuña!


La vestimenta de la generalidad de los bailarines consta de un abrigo de mujer, sombrero, multicolores chullos o gorros, botas de jebe o cuero y la infaltable sonaja o matraca, conocida como gargacha. ¡Gasilay! ¡Gasilay! Los dos barrios en que se divide el pueblo están representados por bailarines con respectivos acompañantes y cantoras.


Noche del veinticuatro, noche de gargachas. El barrio que saca al Niño del pesebre lo acompaña hasta la mitad del recorrido, en ella cede, después del prolongado y disputado chasqui al otro barrio, quien acompaña hasta el término de la gradería que comunica la calle Comercio con una de las esquinas de la plaza. Las gargachas opacan a las sonajas. Trago, disputa, empujones, sonajasos. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!


Un grupo numeroso de bailarines se acerca por la plaza, están danzando con entusiasmo, energía y bulla. Golpean el piso hasta que salpique el barro. Los bailarines danzan en ruedo, luego que uno de ellos expresará en voz alta: ¡Vuelta camarón!


Es la única noche del año en que los padres permiten, con alegría y complacencia que sus hijos menores se amanezcan bailando.


Acompañar danzando al Niño del Belén al templo es preocupación de los bailarines. Los barrios rotan, anualmente, el inicio y culminación del acompañamiento. Chuto es el nombre de la música que el violinista toca durante toda la noche. ¡Oído viejo!


Las señoras cubren su paciencia y dulzura con pañolones o gruesos abrigos, mientras acompañan con breves estrofas al Niño Jesús.


El Primer Encuentro, el culto al Niño Jesús, María y José se realiza, al inicio de la noche, en la puerta del Belén, en lo que era la entrada al pueblo. La casa de la familia Gálvez es acondicionada como pesebre. Los empujones y el buen zapateo, también, empiezan en el Belén. El pastor, el que dirige el grupo, es hombre de buen oído, fuerte zapateo, enérgico carácter, incansable bailarín y de arraigo popular. ¡Oído viejo!


El Segundo Encuentro, a media noche, se da en el cruce de las calles Comercio y Alfonso Ugarte, al pie de los balcones de las casas. Concentra la atención de extraños y propios. Este espacio de disputa no es plano, es una zona inclinada, el piso esta rayado por la fuerza del agua que el aguacero ha generado. Los empujones, el zapateo y la bulla continúan metros más allá. El encuentro es conocido como el Chasqui. Durante varias horas la noche se detiene, para dar valor, fuerza y tiempo a que los barrios compitan. Codazos, un sonajazo en la cabeza del contrincante, empujones. ¡Gasilay! ¡Gasilay! Por unos instantes, que dura dos o tres bailes, los contrincantes intercambian pastores. El pastor de Barrio Arriba dirige el baile de Barrio Abajo y el Pastor de Barrio Abajo dirige el baile de Barrio Arriba. Los pastores aprovechan, también, para convidar un trago a cada uno de los bailarines del barrio contrario.


Los intervalos de los encuentros sirven para el descanso, pues zapatear es una actividad que requiere de mucha energía, destreza y fuerza; pero, mientras descansan las piernas y los brazos, circula con mucha fluidez la botella de quemadito, y los bailarines relajan su tensión burlándose preferentemente de quienes no bailan. El lenguaje, el orden y la jerarquía se trastocan, se marea; lo serio y lo cómico se confunde. Con un tono agudo y haciendo gestos expresan su burla en voz alta. Al policía le dirán: ¡delincuente!; al profesor o estudiante universitario, ¡ignorante!; al perro, ¡caballo!; al cigarrillo, ¡escopeta!; a quienes tienen costumbre por lo ajeno, ¡honrado!; al cura y la sacristán, ¡demonios! ¡Ojetitay Pukuy!


El Tercer Encuentro, al amanecer, termina en el atrio del templo. Previo hubo un descenso lento, de prolongado zapateo, en las gradas que une la calle comercio con la plaza. El zapateo en las gradas despierta a los soñolientos, el sonido es mayor, pues el piso es de cemento a diferencia de todo el recorrido que es tierra, y en algunas partes, empedrado. ¡Quilusin! ¡Quilusin!


Observando la competencia y recordando sus tiempos de bailarines, están los mayores con su poncho nogal, que no sólo sirve de abrigo, sino que también permite el sostén de las botellas de quemadito. Damas y varones, en animada conversación, mitad en quechua, mitad en castellano están atentos al desarrollo de la pascua.


Luego de disputar durante toda la noche, varones y damas de ambos barrios, olvidan rencillas y se abrazan, se desean las buenas pascuas y hacen una sola ronda que desborda el atrio. El abrazo pascual se da al amanecer y no a media noche como se acostumbra en otros pueblos y ciudades. Entre baile y baile, cantan abrazados, en un solo coro, breves estrofas:


“Cuantos pobres desgraciados

estarán llorando

mientras otros gozando

las buenas pascuas”


En esta hora temprana, bajo una explosión de cohetones y cohetecillos, repique de campanas y el resplandor de numerosos cirios, ingresa al templo el Niño Jesús, acompañado de las imágenes navideñas que han llegado de los anexos. El sacerdote celebra la misa en latín, español y quechua. Afuera, en el atrio, al pie de los dos pinos, acompañantes y bailarines prosiguen con sus cánticos y zapateos.


“Tengamos presente

de la vida pasajera

tal vez ya no llegaremos

al otro año como hoy día”


Todos cantan:


“En la puerta de la iglesia

hay dos plantas

que son testigos

de la vida que yo llevo”


Luego de cada zapateo al ritmo de pascua caminero, con la ropa salpicada de barro, protegidos por la niebla, impulsados por el trago, cantan y algunos lloran recordando al hermano ausente o padres que descansan el sueño eterno.


“Unos se encuentran

en pueblos extraños,

otros olvidados

bajo la tierra”


A diferencia de Pato, que es de mayor historia, apreciado y recordado por todos, cuya presencia no es notoria en pascua, pues es más un cantor de carnavales, Rodolfo Sánchez, el cieguito de Cruzpata, acompaña los cánticos, y en algunas coplas es la primera voz.


“Sin consuelo, sin alivio

estarán llorando

mientras otros gozando

las buenas pascuas”


Antes de la salida del sol, al término de la misa, misa de pascua, el pueblo sigue brindando los espumosos ponches, los bailarines que quedan de la fatigada noche se dirigen a sus barrios, comen su patachi y luego huasicay.


La competencia, el atipanaky, es el 26. La fiesta de la sonaja se inicia poco más allá del medio día. La lluvia ha disminuido casi hasta escampar; el sol intenta brillar; hay un inmenso arco iris.


Los danzantes de Barrio Arriba animan su valor y aumentan su energía con quemadito de pisco e ingresan a la plaza en parejas, cada varón con su chuli.¡Quilusin! ¡Quilusin!


Los danzantes de Barrio Abajo ingresan, bajo el chasquido de sus sonajas, por la esquina inferior de la plaza, con fuerza, brío y ganadores.¡Vuelta camarón!


Las damas, chulis, elegantemente vestidas, cogen con una mano las azucenas; armazones de carrizo cubiertos de papel lustre o papel cometa; con la otra mano, levantan unos centímetros la falda.


En el extremo superior de la plaza es la competencia. Bancos y sillas dan la forma de media luna, la multitud se arremolina. Primero es el encuentro de prosa entre los pastores, luego se fija el número de bailarines; mujeres y varones por cada barrio. Generalmente son cinco damas y diez varones por barrio. Uno a uno sale al ruedo. Previo se ha sorteado quien inicia el baile. ¡Vicuna! ¡Vicuna!


Sonaja en mano, acompañado del Pastor sale el danzante; una vuelta al ruedo, se para frente al violinista, capta el sonido y empieza el zapateo. Corcheteao, Mudanza y Zapateo Tradicional sacan polvo al piso o secan el barro y arrancan aplausos del público. ¡Chilico! ¡Chilico!


Celebran el nacimiento del Niño Dios con bailes y cantos tristes, tristísimos; los varones zapatean la tonada de pascua, las chulis entonan melancólicas coplas. Escuchamos que orgullos y vanidades no duran.


“Toda grandeza en esta vida

dejaremos

entrando a lo más profundo

bajo la tierra”


Las coplas pasan de una a otra generación, pero a veces obedece a la inspiración del momento.


“Como yo no tengo a nadie

solo miro

a la tumba de mi madre

¡hay que triste había sido!”


Cuando la noche ha copado el pueblo y la mayoría de bailarines se han desperdigado, los pocos que quedan continúan despidiéndose. Mareados, llorosos, agotados, zapatean con la poca fuerza que les queda y se despiden no sólo de la navidad, sino también del año que termina. Las coplas se hacen cada vez más tristes. Abrazados, siempre en coro y haciendo un pequeño círculo entonan:


“Adiós, adiós,

pueblo de Huachos

adiós, adiós

las buenas pascuas”


Posiblemente porque cada vez es menor el número de jóvenes que mantienen la costumbre navideña o porque muchos se van a la costa y no retornan, chulis y bailarines, finalmente, en estas tardes y noches de aguacero, neblina y barro, invocan una plegara al Santo Patrón del pueblo:


“San Cristóbal de Huachos

bendice pues a tus hijos

diciendo que regresen

al otro año como hoy día”





 

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