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Un recuerdo en el Día de la Madre

¡Alo Palca! buenas días señora Julita, se le oía decir cada mañana a tío Fructuoso,. En Palca, que era algo así como el ombligo de nuestros distritos, se había asentado mi tía Julia y trabaja en la oficina de teléfonos y telégrafos.

Anexo de Palca, distrito de San Juan de Castrovirreyna, departamento de Huancavelica.
Anexo de Palca, distrito de San Juan de Castrovirreyna, departamento de Huancavelica.
 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez 

Ingeniero Industrial

 

Corrían los años 50 en los poblados de la Cuenca del Río San Juan. Por decisión de mis tíos y sus hijos, mamá Victoria vivía en Palca, con mi tía Julia, quien con su hermosa voz cantarina unía los distritos del norte de Castrovirreyna, a través de la enmarañada red de telégrafos del Perú.

 

¡Alo Palca! buenas días señora Julita, se le oía decir cada mañana a tío Fructuoso, con esa peculiar voz que inundaba toda la Plaza de Armas. En Palca, que era algo así como el ombligo de nuestros distritos, se había asentado mi tía Julia y trabaja en la oficina de teléfonos y telégrafos.

 

Mi padre, como arriendo, cultivaba parte de las chacras que mamá Victoria había heredado de la bisabuela Paula Vidalón Quispe, hija de don Anselmo Vidalón Fernández y doña Toribia Quispe, quienes al unirse en matrimonio se habían convertido en pequeños latifundistas, con chacras que nacían en Camayocc y terminaban en Cascanni. También poseían propiedades en Tantará, así como una hermosa casona.

 

En diciembre, ya en vacaciones, mi padre ensillaba las caballerías y encaronaba las acémilas y como en caravana partíamos de Tantará a la “quebrada” y en esos tres meses “pasteábamos” las vacas en Cascanni, Quichua, Aceitunas, Ahuillhua, Chata, Cuisine y Pizará. En ese orden rotaban los animales.

 

Un día de esos, en Cascanni, afanado yo en espantar a los loros y chihuillos, que con ojos codiciosos miraban las hermosas y coloridas guindas que colgaban de su frondoso árbol, escuché la voz de papá que me ordenaba ensillar el caballo.  Vamos a visitar a mamá Victoria, está en Palca, vive con tu Julia, dijo a modo de explicación.

 

Partimos, mi papá, ecuestre figura y yo en el anca del caballo. De Cascanni se sale por un camino de herradura y se llega a la carretera, descuidado esa fecha del año. Pasamos por la cruz de don Donato y de mi tío Mamerto, hermano de papá, fallecidos en trabajos de la carretera. Cruzamos Quichua con dificultad y no seguimos por la carreta, como siempre, sino subió la empinada cuesta que da a la pampa de Quichua y prosiguió por un escarpado camino antiguo, lleno de piedras y cascajos, por el filo de esa especie de meseta, desde donde se divisaba la maltrecha carretera, a causa de la bravura del río.

 

Encima de Ahuillhua, pasamos por dos casas, casi abandonas. Está es la casa de don Félix Campos y la otra de mi tío Sergio Violeta exclamó. Seguimos por los rastros de ese caminito, por encima de Colcayá, desde podíamos escuchar, nítidos, en vaivén, por acción del viento, los bramidos del río. Abruptamente descendimos a la altura de una oroya, un armatoste de fierro que servía para cruzar el embravecido río. Esperamos y nadie llegó a “embarcarnos” y jalar esa especie de grotesca jaula. Vamos a seguir por encima nomas, se resigno mi padre.

 

Nuevamente enrumbamos por ese áspero, zigzagueante y peligrosísimo camino de herradura, sorteando filosas piedras y abismos endiablados, donde el caballo trotón dejaba caer “galgas” que retumbando y dejando tras de sí estelas de polvo llegaban hasta el fondo del río.  Seguimos ese camino, lleno de pavor, hasta que por fin se abrió un abra y mi angustiada vista se topó con un manto verde, habíamos llegado a las lomadas de Utcuchi, donde el camino se suavizó.  Tranquilos avanzamos, padre, hijo y caballería. Finalmente, ya cerca a la casa de mi tía Julia, un antiguo higüero parecía oponerse a nuestra llegada, sus gruesas ramas nos impedían seguir el camino, agachándonos lo más posible pudimos cruzarla y finalmente llegamos a la carretera de Arma y de allí a la casa de mi tía Julia.

 

Estebancito, se emocionó mamá Victoria al ver llegar a mi padre y con los brazos extendidos se dirigió hasta donde se encontraba papá. Lo abrazo, se apartó un poco y luego detuvo su mirada en su rostro un poco agrietado y en sus incipientes canas y nuevamente posó sus frágiles manos sobre sus hombros.  Sollozando la llenó de besos y caricias. Apareció mi tía Julia y con la sobriedad que la caracterizaba saludo a mi padre. Por donde has venido, pregunto sorprendida. Por encima, por el antiguo camino, respondió. Tía Julia solo atinó a mover la cabeza. Estuvimos casi todo el día.

 

Mamá Victoria me miraba dulcemente, me preguntaba en quechua por mamá, por las chacras, por los animales, los quesos, los requesones, por Tantará y una inmensa tristeza se dibujaba en su rostro cuando recordaba su casa, los altos, decía ella, refiriéndose a su dormitorio y su antigua cama imperial, con toldo y mosquetero.

 

Llegó la hora de la despedida. Pasachaniñan mamay, dijo papá. Te vas Estebancito, sollozo nuevamente mamá Victoria y nuevas lagrimas descendieron de sus ojos casi ya apagados. Estoy en Cascanni nomas mamá, la consoló. Huarmaiqui jamuchun (que venga tu hijito), dijo. Fui a su lado, se apartó un poco y desde algún lugar saco un pañuelito y empezó a desatar una de las puntitas, donde guardaba sencillitos de monedas. Las cogió y me entregó unas cuantas moneditas, con una sabia advertencia, para los gastos del camino, de tu papá y el tuyo.

 

Linda mamá Victoria, Linda mamá Conce, Linda mi madre. Lindas las madres del Perú y del mundo entero. Un saludo de agradecimiento a todas las madres quechua hablantes, de nuestro Perú profundo, a todas las madres del Perú y del mundo entero, por su sacrificio en nuestra crianza. Sin ellas otro habría sido nuestro destino.

 

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