En OPINIÓN LIBRE |

Adios Tía Alicia

Remembranzas de la vida cuotidiana en los pueblos del norte de Castrovirreyna de antes de la globalización y de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Estos hechos sucedieron en el distrito de Tantará, norte de Castrovirreyna, Huancavelica.

 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez 

Ingeniero Industrial


Todos los días, con su caminar ligero y menudo, se dirigía a su tienda, que quedaba en la plaza de armas, al frente de la iglesia. Allí atendía a sus pensionistas, algunos profesores y miembros de la benemérita.

 

Dentro de la tienda chisporroteaba un fogón. En el centro una mesa cubierto por un trajinado  mantel de plástico. Bancas rusticas de madera, cubierto por pequeños cueros  de carnero,  que  disimulaban su precariedad. En el ingreso se exhibían  gaseosas, galletas, caramelos y “helados”, así como botellas de distintas formas y tamaños, todos conteniendo buen pisco de uva con macerado de huamanripa.  

 

Casi nunca visitaba la tienda. Solo cuando papá se entregaba a los vaivenes del dios Baco. “Anda a la tienda de tu tía Alicia, está tomando tu papá, que venga”, ordenaba mamá. Iba alegre, contento, porque era la única oportunidad que papá me ofrecía galletas y caramelos.  Alicia ha llegado mi hijo, dale lo que quiera, decía con suavidad. Mi padre a medida que continuaba brindando su voz se tornaba cada vez más áspera, más dura. Mi tía, entre sonrojada y sonrisa disimulada, accedía el impertinente pedido.  Te disculpo Esteban y te atiendo porque eres mi primo, contestaba con su voz cantarina.  En realidad no eran primos, provenían de ramas distintas.

 

Pueblo de Tantará, situado a 2,800 m.s.n.m..

 

En otras ocasiones me veía pasar por la plaza y me llamaba: Estebancito, ven, decía. Toma hijo esta galleta. Gracias tía y seguía caminando, contento. En otras ocasiones me invitaba esos “helados” que por el trascurrir del tiempo se convertían en algo así como galletas crocantes.

 

Correteaba por allí, igual que yo, Fidel, su hijo mayor, a quien lo llamábamos “Cachirulo”. Era mi compañero de aula. En las vacaciones de diciembre era el único que salía  fuera. Nosotros nos quedábamos en Tantará, en el campo, con los animales o los cultivos. Regresaba en abril, con ínfulas de valiente. “No te metas conmigo, yo vengo de Lima, ya sabes”, advertía, para que no lo molesten. Nos quedábamos boquiabiertos.

 

El compañero inseparable de mi tía era Hernan, el último de sus hijos,  que tenía  con tío Ismael. Permanecía en la tienda, en una especie de cuadrilátero pequeño. No se sostenía por sí solo. Por ello mismo recibía toda clase de afecto. En ocasiones venía  Flora, Polita, su segunda hija, pero ella no vivía en Tantará.

 

Me he enterado de la partida al infinito de mi tía Alicia, no  sabía y he sentido una pena inmensa, infinita. Desde donde estés, recibe esta ofrenda escrita, en reconocimiento a su benevolencia y persona de bien.

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