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Los conjurados, exclamaban al unísono... ¡venganza!

La reunión tenía un solo punto. Reivindicar el nombre de una de las hermanas, quien había sido burlada por un profesor de apellido compuesto y encima la abandonaba con un hijo suyo.

La hermana engañada dio algunos datos sobre el fugado. Ya no está aquí en el pueblo, está en Lima, es casado y con hijos el desgraciado ese, se quejó, vive por el centro de Lima. Vamos dijeron los hermanos.
La hermana engañada dio algunos datos sobre el fugado. Ya no está aquí en el pueblo, está en Lima, es casado y con hijos el desgraciado ese, se quejó, vive por el centro de Lima. Vamos dijeron los hermanos.

 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez 

Ingeniero Industrial

 

A los primos Ricardo de la Torre Saldaña y Dula Saldaña Guzmán,

Dulita, como lo llamaba mi padre.

 

Tío Antonio, el más perspicaz de todos, convocó a una suerte de reunión de hermanos. Eran demasiado orgullosos, por sus venas corrían aún sangre de don Anselmo Vidalón Fernandez, el patriarca, que transformó terrenos eriazos en campos de cultivo y sus propiedades unidos a la de su esposa doña Toribia Quispe, natural de Yanac, los había hecho propietarios de casi toda la quebrada de San Juan y Tantará.

 

De esa opulencia no quedaba casi nada, de a pocos y en cada herencia las propiedades se habían dividido y subdividido sucesivamente, hasta transformarse en retazos de chacras.

 

La reunión tenía un solo punto. Reivindicar el nombre de una de las hermanas, quien había sido burlado por un profesor de apellido compuesto y encima abandonado con un hijo suyo. El “profesorcito ese”, decían despectivamente, no nos va a humillar de esta manera, no nos va a convertir en el hazmerreír del pueblo.

 

La hermana engañada dio algunos datos. Ya no está aquí en Tantará, está en Lima, es casado y con hijos el desgraciado ese, se quejó, vive por el centro de Lima. Vamos dijeron los hermanos. Se designaron a los tíos Antonio y Damián, bajo la aprobación de la abuela Victoria y el mayor de los hijos, tío Eduardo, de voz y actitudes pausadas, mientras el menor de ellos, tío Domingo, aún seseaba.

 

Para el viaje descartaron los caballos, por trotones y torpes. Enjaezaron cuatro mulas, de andar ligero y seguro, dos para la salida y dos para el recambio, para llegar sin contratiempo. Salieron con el primer canto del gallo, cruzaron Huamatambo, Pariapunco, durmieron en estancias abandonadas y luego de tres días llegaron a Chincha. La fatiga no los arredró. Continuaron su viaje hasta Tambo de Mora, allí dejaron las bestias, donde algún conocido.

 

El puerto de Tambo de Mora, a comienzos del siglo XX, época donde sucede esta historia.

 

En el pequeño y destartalado muelle se embarcaron en algún vapor – buque de pequeñas dimensiones - que hacía la travesía al puerto del Callao. El viaje terrestre aún estaba en pininos. Llegaron después de dos días. Desembarcaron y tomaron el tren hacia Lima y a su llegada se alojaron en casa de la familia Rojas, reputado sastre Tantarino que vivía por la plaza de armas.

 

Al día siguiente fueron en busca del “profesorcito ese”. Sabían que vivía por la plaza San Martín y que en cualquier momento aparecería por allí. Pasaron el tiempo viendo la plaza, observando el paso del Generalísimo don Jose De San Martín por los andes montado en un brioso caballo, perennizado en un imponente monumento. Tuvieron tiempo aún de observar el descuido del escultor de tallar una llama andina, nuestro auquénido, en lugar de una llama votiva, que hasta hoy se encuentra sobre la cabeza de una dama coronado de laureles que representa nuestra patria. Así estaban, atisbando la llegada del susodicho.

 

 

Tío Antonio, de nariz aguileña y mirada fiera. Tío Damián, de cuerpo reposado, ocultaba un genio de león y voz de trueno. Al fin lo divisaron y sin mediar palabra alguna se abalanzaron sobre “el profesorcito ese” y lo emprendieron a golpes y coscorrones, para que no se olvide que nosotros no somos cualquiera, repetían a cada golpe.

 

 

Desahogados y habiendo cumplido con la tarea de haber reivindicado el apellido y honra de la familia Saldaña - Gutierrez, venido a menos por la burla del “profesorcito ese”, iniciaron su penoso y fatigoso viaje de retorno Lima – Chincha – Tantará, utilizando tren – buque – caballería, totalizando doce días de viaje, seis de ida y seis de vuelta. De esa raza provenimos nosotros.

 

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