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Caracas y Chincha Alta el mismo combate, el mismo drama de vivir sin agua

PERU Y VENEZUELA, PUEBLOS HERMANOS.

En Caracas, familias enteras aseguran que han pasado hasta cuatro meses sin agua y, ante la incertidumbre de si volverá -o si será suficiente-, se las arreglan como pueden.

Mientras que los venezolanos se toman el agua del acuario, los de Chincha toman el agua de la pileta del parque más cercano de la casa familiar. En esas dos realidades, las autoridades hacen las mismas promesas que vendran tiempos mejores.
Mientras que los venezolanos se toman el agua del acuario, los de Chincha toman el agua de la pileta del parque más cercano de la casa familiar. En esas dos realidades, las autoridades hacen las mismas promesas que vendran tiempos mejores.

CARACAS (Reuters) - Vivir con cortes de agua se está convirtiendo en algo normal para los venezolanos de la capital.

Familias enteras aseguran que han pasado hasta cuatro meses sin agua y, ante la incertidumbre de si volverá -o si será suficiente-, se las han arreglado para bañarse, lavar los trastes, la ropa y cocinar con apenas unos litros al día.

El gobierno de Nicolás Maduro asegura que la escasez se debe a una prolongada sequía y “saboteos” en el suministro. Para la oposición y algunos expertos, el problema radica en la falta de mantenimiento acumulada por años en las instalaciones eléctricas y en las del suministro.

Desde los barrios más pobres hasta los más adinerados, los dramas son compartidos.

“Tratamos de economizar el agua fregando (lavando) en poncheritas (...) Nos bañamos en poncheras para reciclar el agua para la poceta (retrete)”, confesó Yudith Contreras, una abogada y ama de casa de 49 años, en su roído apartamento en el centro de Caracas, donde escasea el agua desde hace dos años.

“Es difícil, hay que tratar de acostumbrarse a paliar la situación a como de lugar”, agregó. “Hay que ahorrar agua porque no sabemos hasta cuándo va a durar esta situación (...) todos los venezolanos creo que estamos así”.

Subir nueve pisos

En su cocina y baño, Contreras guarda recipientes llenos de agua que sube con su esposo, a pie, por los nueves pisos de su edificio, ubicado apenas a unas cuadras del presidencial Palacio de Miraflores.

En días recientes, el mandatario retomó un plan llamado “Tanque Azul”, que busca dotar “a todos los hogares” de enormes recipientes para almacenar agua en los techos de casas y edificios.

El anuncio fue hecho poco después de que la nación, que sufre una crisis económica sin precedentes, fue golpeada por un gran apagón que la dejó en tinieblas por cinco días. La falla agravó el ya de por sí intermitente servicio de agua.

Venezuela sufrió su primera gran crisis eléctrica en 2009 y, desde entonces, se aplicaron racionamientos eléctricos y de agua que siguen vigentes en algunas zonas.

El agua es oro

Caracas ha recibido en los últimos meses unos 7.000 litros por segundo (l/s) menos de agua que hace 20 años, cuando le entraban 20.000 l/s y tenía casi la mitad de población, de acuerdo con José María de Viana, expresidente de Hidrocapital, la estatal encargada de llevar agua a los hogares venezolanos.

En las últimas semanas, las filas para surtirse del agua que discurre naturalmente por El Ávila, la montaña que separa Caracas del mar Caribe, se han multiplicado, a pesar de las advertencias de los expertos de que no es apta para el consumo humano y que puede estar cargada de bacterias y parásitos.

Recientemente, tras varios días sin luz ni agua, algunos se lanzaron al putrefacto río Guaire, en Caracas, en busca de llenar bidones con agua y otros pagaron altos precios por bolsas de hielo.

Yuneisy Flores, un ama de casa de 31 años, lava sus platos en envases, cuela esa agua para quitarle los restos de alimentos y la usa para bajar el excusado. A su hija, de tres años, la baña en una batea para luego reutilizar el agua.

En medio de su sala, resaltan tres tanques y varios recipientes donde recolecta el agua que llega a su edificio de manera intermitente. Con uno de los envases, que almacena unos 18 litros, intentan bañarse tres de las cuatro personas que viven en su casa, en el mismo edificio de Contreras.

“(Vivir sin agua) es difícil, demasiado difícil. Imagínate, se puede morir uno sin agua”, dijo Flores, quien vive junto a su esposo y dos pequeños hijos. “No estábamos conscientes de eso antes, el agua ahora es oro”.
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