Al desembarcar en África, indagando la heredad de mis antepasados, saqué de mi bolso marrón, la novela sobre El Kalahari e imaginé intensamente la llegada de los barbudos europeos, portando una biblia, una espada y una cruz; mientras la tierra pertenecía a mis antepasados.
Ahora, al recorrer sus calles y campos, con asombro y espanto veo, millones de africanos portando la biblia, la cruz y una espada ostentando con resignación, sumisión y rebeldía; mientras, las plantaciones y las riquezas la poseen los extranjeros e imagino una pancarta
“África ha subsidiado el desarrollo de Estados Unidos y de Europa por medio del tráfico de esclavos”, viniendo a mi despistada memoria; millones de tristes africanos exhibidos en los miserables mercados de América y el mundo, vendidos al mejor postor.
Dentro de ese ensimismamiento hui al mágico
bosque de los Kalahari, temiendo ser vendido por inútil en pleno siglo XXI.
Espantado ser parte de los sacrílegos negocios, me puse a escribir bajo un árbol a la vista de leones y una hermosa mujer, un mundo donde se respire el aire tibio de la libertad, recordando al niño que alguna vez fuimos me alejé pensando en voz alta, ¿Es posible hacer negocios con sangre humana? ¿Cómo es posible vender a un ser humano?...