SAN FRANCISCO | La semana pasada, en el tercer piso de un pequeño edificio ubicado en el distrito La Misión de San Francisco, una mujer mezcló los mosaicos de un cubo de Rubik y lo colocó sobre la palma de una mano robótica.
La mano comenzó a moverse, girando los mosaicos cautelosamente con su pulgar y sus cuatro largos dedos. Cada movimiento era pequeño, lento e inestable. Sin embargo, pronto, los colores comenzaron a alinearse. Cuatro minutos después, con un giro final, ordenó los últimos mosaicos, y una larga fila de investigadores que observaban de cerca estalló en un grito de celebración.
Los investigadores trabajaban para un prominente laboratorio de inteligencia artificial, OpenAI, y habían pasado varios meses entrenando a su mano robótica para que lograra esta tarea.
Aunque podría descalificarse como un truco para llamar la atención, el logro fue un avance en la investigación robótica. Muchos investigadores creen que fue un indicador de sus capacidades para entrenar máquinas a fin de que puedan hacer labores mucho más complejas. Esto podría producir robots en los que se puede confiar para ordenar paquetes en una bodega o autos capaces de tomar decisiones por sí solos.
Recibe las últimas noticias del día