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"La enagua de Rebeca"

Rebeca se puso una enagua de lino y encima una pollera bordada en azul y oro; con una blusa escotada por dónde asomaban sus senos redondos y cándidos para fiestar en el santo de su amiga Etelvina.

Bello paraje yanino donde ocurrió el hecho.

 

 

Por: David Vilcapuma Gutiérrez 

Licenciado en Educación

Difusor de la literatura oral de la serranía chinchana 


Rebeca se dio el último baño en el estanco del fundo de mamá Benjamina, llena de agua del manantial que brotaba del cerro.

 

Cuándo salió de esa agua milagrosa, su cuerpo parecía una corsa blanca y estaba impregnada de una esencia que hacía enloquecer de deseo a los hombres.

 

Se puso unas enaguas frescas de lino y encima una pollera bordada en azul y oro; con una blusa escotada por dónde asomaban sus senos redondos y cándidos; se colocaba una vincha con rosas entre las crenchas negras.

 

Afanosa acudía a la fiesta del cumpleaños de su amiga Etelvina, esa noche bailó como nunca, asediado por todos los jóvenes, no tuvo ni un minuto de descanso, hasta que las enaguas de lino se le empaparon de sudor.

 

Etelvina se dio cuenta y la llevó a su habitación, allí Rebeca se quitó la enagua y la dejó para que se secara; luego salió presurosa y siguió bailando incansablemente.

 

Don Laureano, el padre de Etelvina era un viejo de 70 años, en su juventud había sido un mozo mujeriego, había pasado a ser un católico ferviente, que asistía a misa todo los domingos, se confesaba y comulgaba puntualmente.

 

Esa noche don Laureano, había bebido demasiado y embriagado, su hija lo llevó a descansar a su habitación, allí don Laureano percibió, el mismo olor a flores y algas marinas que había sentido a los diecisiete años, cuándo se acostó con su tía Dionisia.

 

El viejo Laureano, vio la enagua tendida en la soguilla de maguey, se acercó a ella y lo miro sorprendido, como cuándo a los diecisiete años, su tía había dejado que le levantara la pollera, para que contemplara sus muslos.

 

En ese preciso momento los recuerdos de don Laureano, vinieron como si una bandada de pájaros revoloteara sobre el campo eriazo, que era su corazón, desde hacía muchos años.

 

Cogió y beso el borde de la enagua y el sudor que la empapaba le humedeció la cara, contemplando animoso, mientras todos sus recuerdos volvían como una ola de juventud.

 

A partir de ese momento su sangre hervía como la sangre de un joven de veinte, su corazón latía más a prisa, su deseo sexual se fortalecía, recobrando el vigor juvenil.

 

Algunos lugareños dicen que don Laureano, enloqueció al oler la enagua empapada del sudor de Rebeca; otros, que realmente rejuveneció y unos paisanos, decían que era un sueño.

 

Chincha, noviembre de 2023

 

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