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«La niña de la estancia» distrito de San Juan de Yánac en la serranía de Chincha

Seguimos difundiendo la crónica de nuestro pueblo, propiciando ilustrar a nuestros lectores con una nueva y original narrativa, desde las cumbres de nuestra santa tierra.

 

Por: David Vilcapuma Gutiérrez - Licenciado en Educación

 

En el caserío de Marcotuna, anexo de Copacabana, había una antigua estancia que se encontraba en un estado, casi ruinoso, mostraba signos de deterioro, el techo se había caído, los palos estaban apolillados.

 

Era una estancia casi desnuda no tenía nada, sólo aparecía unos cuantos pellejos de carnero, algunas frazadas rotas y unas cuantas ropas usadas que estaban colgadas en una soguilla de maguey.

 

Más al fondo estaba la cocina, que era muy rudimentario, pero había algo más en ella, que se convertía en una extraña impresión que la volvía en una loma silenciosa, helada y oscura.

 

Marcotuna, era un caserío alejado que tenía muchas bondades por ofrecer, desde el aire puro, el sol radiante, su hermoso paisaje, los verdes pastizales, la siembra y la vida sana.

 

En esa misma atmósfera por la mañana de cierto día lluviosa una niña de casi apenas nueve años,  llamada Linda Flor del Prado, salía muy a prisa desde esa estancia,  arriando sus chuscas cabras, hacia los pastizales que abundaban entre los cerros de rayussga, sulcapite y racrra.

 

Con alegría posteaba sus cabras, disfrutando a su manera su tierna niñez, dónde las carencias de la familia, pareciera que no la afectaba en su reciente existir.             

 

Era una niña hermosa con su carita ovalada, ojos afligidos, de piel trigueña, y labios de niña inocente, su cabellera era enmarañada y despeinada.

 

Su padre se había separado de su madre a quien le decía mamá Rosa, antes que ella naciera, nunca lo conoció, sólo vivía con su madre  y sus pequeños hermanitos.

 

Mamá Rosa se había dedicado a la ganadería y a la siembra, todos los días salía a pastear sus vacas, mientras que la niña lo hacía con las cabras, junto a sus perros fado y capitán que eran sus fieles acompañantes.

 

La humildad de su madre mostraba flaqueza para acceder a determinada asistencias por falta de educación, su miedo era el adversario más desmedido que llevaba en la mente y seguir en el abandono.

 

Linda Flor del Prado, ayudaba a mamá Rosa, desde muy pequeña asumiendo un rol  que no correspondía a su edad, también guardaba la esperanza que algún día llegaría a conocerlo a su padre.

 

Algunas noches se despertaba, la melancolía invadía su mente, pasaba largas horas pidiéndole a Dios que amaneciera de prisa y que ese día tan esperado llegara presuroso.

 

Lima, septiembre de 2021

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