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"Las Adidas de Biscocho"

GRAN UNIDAD ESCOLAR "JOSÉ PARDO Y BARREDA" - CHINCHA ALTA.

Terminaba el año escolar y sólo faltaba el examen final de Educación Física cuando apareció Víctor con zapatillas nuevas. Sí, el “Cholo” Pachas, el famoso “Biscocho”.

Un par de zapatillas blancas como la inocencia de algunos. Un Adidas. Zapatillas de marca y precio elevado que solo vendían en tiendas conocidas de Chincha (Casa Cuba,  Calle Santo Domingo;  Tienda Akira; Zapatería La Elegancia, Calle Benavides)
Un par de zapatillas blancas como la inocencia de algunos. Un Adidas. Zapatillas de marca y precio elevado que solo vendían en tiendas conocidas de Chincha (Casa Cuba, Calle Santo Domingo; Tienda Akira; Zapatería La Elegancia, Calle Benavides)

 






 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 

Últimos días de clases escolares. Diciembre mes de las despedidas.  Adiós glorioso y querido colegio. Promoción Pardo 77. Las  camisas blancas del uniforme quedan estampadas con mensajes, frases, dibujos y firma de los compañeros de aula, inmortalizando la  amistad. Ajetreos y preocupaciones  por aprobar los cursos. Inicio de la temporada de calor.  Con el verano llega la raspadilla Zambo, sabor a mango y fresas, miel de fruta seca y la chicha morada. 

A estas alturas, “Moscón” y “Culeco”, como llamábamos a los auxiliares, se hacían de la vista gorda con  los de quinto año que pelucones, zapatos sin lustrar, chompa a la cintura y bulliciosos llegaban al colegio que está al final de la avenida Pardo cuyo nombre oficial es avenida Luis Gálvez Chipoco; avenida de las palmeras al viento de la ciudad de Chincha Alta.

El Pardo es uno de los colegios más importantes e históricos de la provincia de Chincha y de la región Ica.  En sus buenos tiempos fue la Gran Unidad Escolar José Pardo y Barreda. Los pabellones de Educación Secundaria, pintado de amarillo pálido, color casi eterno, al igual que sus aulas, auditorio, laboratorio, biblioteca, servicios higiénicos y muros.

Enormes adobones soportaban gruesas y largas puertas marrones y ventanas con  barrotes que hacían difícil, no imposible,  escaparse para ir a galería del cine Chincha.  La vida escolar trae gratos recuerdos. Los días, semanas, meses y años que pasamos en la Gran Unidad Escolar José Pardo y  Barreda, son inolvidables.

Cuarenta años después, la mayoría estamos más gordos; unos, canosos; otros,  calvos. Con  achaques propios de la edad. No faltan los abstemios; tampoco, los que siguen nadando en los toneles de los destilados. Todos recordamos con nostalgia y cariño a los maestros y  sus lecciones en las aulas de techo elevado.

En el recreo, además de los juegos y correteos, había un disfrute con  los turrones  de Janampa (andando y comiendo), el pan con lomo saltado del kiosko, maní tostado envuelto en papel periódico, turrón con maní, envuelto en panca de maíz, kola chinchana y, manzanitas y nísperos  acaramelados incrustados en  palitos de caña brava.

El profesor “Borola”,  que daba una ayudadita en los exámenes difíciles, recomendaba  que estudiemos  una carrera militar. César Casas, con lenguaje pausado, brindando mensajes de vida y rectitud. Carlos De la Cruz, “Coito”, entre bromas e ironía, charlas cargadas de  erotismo. 

La profesora de Física exhibiendo sus minifaldas. Gilberto Arana, soplando la tiza, mientras explicaba los símbolos y  formulas químicas. El sacerdote Vicente Diez, docente  de religión, aumentando un punto al que llevaba a clase la hoja dominical distribuida en el atrio del templo.

No olvidamos a “Cochinito”, el profesor de literatura, apellidado Félix, que enseñaba a crear cuentos. Dictaba un listado de palabras (más o menos veinte) y, teníamos que, primero, recurrir al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española,  buscar su significado, para luego, efectuar el trabajo.  

Resulta que, en el conjunto de palabras que en cierta ocasión dictó, enunció la palabra milenio, cuyo significado es “período de mil años”. Luego de revisar los trabajos entregados por los estudiantes, el profesor encontró un relato curioso: “Ayer, cuando rebuscaba la maleta de mi abuelita, encontré un milenio y empecé a leerlo…”. Contrariado por lo escrito, el docente manifestó que no comprendía  y solicitó explicación al autor de la composición. Pachas Mateo, “papá”, había  copiado mal el significado de milenio; creyó entender  “periódico de mil años”.


 
Cuando sólo faltaba el examen final de Educación Física, apareció Víctor con zapatillas nuevas. Sí, el “Cholo” Pachas, el famoso “Biscocho”.  Última clase y se presentó con zapatillas nueva. Zapatillas blancas como la inocencia de algunos. Un Adidas. Zapatillas de marca y precio elevado


Cuando sólo faltaba el examen final de Educación Física, apareció Víctor con zapatillas nuevas. Sí, el “Cholo” Pachas, el famoso “Biscocho”.  Última clase y se presentó con zapatillas nueva. Zapatillas blancas como la inocencia de algunos. Un Adidas. Zapatillas de marca y precio elevado que solo vendían en tiendas conocidas de Chincha (Casa Cuba,  Calle Santo Domingo;  Tienda Akira, calle Junín; Zapatería La Elegancia, Calle Benavides). No, no eran  zapatillas común y corriente como las que compraban nuestros padres en  la parada o mercado de la provincia. Con un ligero pisotón, Carlos Meza, el popular “Caimán”, bautizó las impecables zapatillas.  Carlos Tasayco, “Canacho”, el “Abuelo” Quijandría, Moises “Gigio”  Chacaliaza y el cronista,  celebraron  con risa desbordante el sacramento.

El profe “Cachorro”, apurado por ir al bar de Raquel, que estaba al frente del colegio y otorgaba crédito a los docentes, dijo que todos estaban aprobados; pero, como tenía un compromiso por fin de año con sus colegas, no iría con nosotros. Para que el Director no le llame la atención,  debíamos permanecer las cuatro últimas horas en el estadio del colegio, jugar un partido de futbol y, luego a la piscina del parque zonal.

Felices y contentos ingresamos a la cancha que salpicada de césped amarillentos, sobrevivía. Aquellos que solo practicaban  básquet, atletismo o voleibol, también  corretearon tras el balón, modelo México 70, pelota de cuero con paños poligonales que  a estas alturas del año ya había perdido sus colores en diversos campeonatos en los pampones de Pueblo Nuevo, en las canchas de Chavalina y Cruz Verde, estadios del Guayabo, Larán o Tambo de Mora. 

Sin camisetas que diferencien los equipos, ya sabíamos quien pertenecía a uno de los bandos. Alineados por afinidades del momento. Uno que otro tenía un chimpún de coco desgastado, la mayoría con zapatillas descoloridas y parchadas. “Kembo” Fanarraga, jugador lento, limpio, no belicoso, buen defensa, jugó sin zapatillas; “Loro” Soldevilla le dio un manazo  en la frente. 

Seguro que si Martín Aguado estuviera por ahí hubiera deseado ser el árbitro. Al “Flaco” Velit casi se lo lleva el viento. Ramírez Valentín, “Cachito”, cargando su maletín de doctor desde su natal Salas. Quien corrió poco porque  la cachina  y el pisco  lo perseguían fue “Condorito”.

 
 
Jugarse la vida por el triunfo del equipo. Tardes de celebraciones, carreras, empujones, malabares y griterío.  Nadie disfrutaba más que nosotros jugando al fútbol en los recreos de tiempos  insignificantes  o en horario de Educación Física.


Jugarse la vida por el triunfo del equipo. Tardes de celebraciones, carreras, empujones, malabares y griterío.  Nadie disfrutaba más que nosotros jugando al fútbol en los recreos de tiempos  insignificantes  o en horario de Educación Física. No importaban las caídas, golpes y tropezones. Los dolores pasaban rápido. Las heridas se curaban solas. Los moretones no necesitaban hielo, compresas tibias o pomadas para desparecer. Jugar hasta la última gota  de cansancio, sin importar que la camisa termine mugre.  

Con los amigos todo era posible porque los compañeros  del colegio son eternos, amigos para toda la vida.

Aquella  tarde de pases mágicos, zigzageantes, llevamos  la pelota. Pase de carambola, huachita, tiro al palo, goooooool. Si estuviera vivo el poeta Parra del Riego volvería a cantar su polirrítmico dinámico a Gradín, aquel uruguayo que defendió los colores del Peñarol y fue el primer jugador negro en la reseña de una selección: “Billarista de esa súbita y vibrante carambola/que se rompe en las cabezas y se enfila más allá...,/ y, discóbolo volante,/pasas uno..., dos..., tres..., cuatro..., siete jugadores.../La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,/se revuelca una epilepsia de colores”.

Corrimos, sudamos y gritamos tras la pelota aquella tarde. Defendiendo en repliegue. Presión, quite y tenencia del balón. Repliegue y contraataque.  Ataque y  repliegue. Balón en el palo largo. Y golpeó en el palo, e ingresó. Intencionalidad ofensiva. Bloquear líneas de pase. Mayor velocidad y moviendo bien el balón. Balón pegado al pie.

En la batalla futbolística va rodando la pelota. El equipo que metía el último gol era el ganador del partido porque el “último gol vale”. Juego y pasión.

Pasión y juego. En la vida, siempre hay excepciones.  Entre señas, gestos y palabras a media voz se acordó no dejar jugar a de las zapatillas nuevas. El “Cholo” Pachas se quedó solo, a un extremo de la cancha, mascando su cólera, hacía gesto de amenaza a quienes se acercaban u orientaba su mirada hacia él. 

No interesó que en las clases de Educación Física, el “Cholo” Pachas, fuera el más requerido porque los jueves llevaba en su maletín ron y gaseosas. Eso eran  otros partidos. Con el líquido dorado todos nos sentíamos adultos.

No interesaba la resaca del día siguiente. Nadie preguntaba si el destilado era de caña de azúcar o de la melaza. Todavía no captábamos los aromas y el sabor, sólo queríamos acabar la botella. En cuanto al cigarrillo, no había alguno que destacara; los de humo  negro y prohibido se quedaron en cuarto, eran un par de “hijitos de papá”; concluyeron la Secundaria en otro colegio.

Un memorioso de la promoción, que ahora es especialista en destilados y espumas, recuerda que  “Cachote” era el arquero, “no tapaba  ni aire”, le gustaba trabajar a la boca al rival, solo tenía la pinta de ser un gran arquero, pero no cogía una sola pelota. Chino Medrano, jugador fino, delicado, era volante, bueno como el zurdo “Gatty”. Roque, fintoso, hizo algunos intentos, era para  básquet y  atletismo. “Chirapa” solo cumplía. “Bigote” Pérez,  pelotero de los pampones de Pueblo Nuevo, paraba comiendo cancha dulce. Julio Torres, dejó a un costado la guitarra, corrió y corrió hasta toparse con “mantequilla” Magallanes, “Toro Mata”,  aunque nunca alcanzó la pelota. “Pily” rivera, luego de cantar algunos versos de “Linda Andahuaylina”, sigue rememorando que el “Chato” Yataco Yataco, el de Balcón (conocido como el barrio de los carcachos), era zurdo, muy bueno; Ernesto Yataco, dueño del Eleven Boys, habilidoso. 

Terminado el partido en cosecha de goles, apresuramos el paso hacia la piscina del Parque Zonal. ¿Por qué no nos bañamos en la piscina del colegio? porque casi nunca estaba con agua, y cuando contenía líquido estaba espesa, espumosa y verdosa.

Para su construcción los ingenieros ordenaron excavar en un lugar estratégico y  calcularon la fuerza del agua; solicitaron se compre  azulejos venecianos, tubos de aspiración ingleses, losetas españolas para el suelo pasillero, filtros importados de Japón, cables y focos de colores para las luces y limpiafondos con batería recargable; pero, al vaso de la piscina, al recipiente que contiene el agua, no le instalaron  desagüe.


 
Sudorosos, cansados pero con la discusión elevada de tono y en verbo juvenil, entramos a la sala de duchas. No todos llegaron porque algunos se fueron a chapucear en las aguas nuevas del canal de irrigación Pampa de Ñoco.


Sudorosos, cansados pero con la discusión elevada de tono y en verbo juvenil, entramos a la sala de duchas. No todos llegaron porque algunos se fueron a chapucear en las aguas nuevas del canal de irrigación Pampa de Ñoco.  “Cholón” Magallanes y “Chito” Peñaloza casi se van a las manos porque retomaron la discusión de un foul no cobrado durante partido. En una de las banquetas estaban brillando las blancas y nuevas zapatillas Adidas del “Cholo” Pachas, quien había adelantado su ingreso y ya estaba en la piscina.

Uno de los compañeros cogió uno de los pares de la zapatilla del “Cholo” Pachas y los colocó debajo de una lata metálica vacía que servía para acarrear agua.  Corrimos a la piscina. Zambullido. El “Tiburón” López Pintado y “Tamalito” Romero  hicieron  algunas piruetas, estilos pecho y mariposa. Jhon Vise, Martín Campos y Alejandro Merino  compitieron por quien aguanta la respiración más tiempo bajo el agua.

Al término el día, en la tercera cuadra de la calle Sucre, mientras ayudaba a mis padres en los quehaceres del negocio familiar, vi pasar  al “Cholo” Pachas, “Biscocho”,  maletín en mano, rumbo a su casa. El más pícaro y  palomilla de la promoción, caminaba cabizbajo, como cojeando, hacia la Plazuela Bolognesi, en ruta hacia Sunampe, tierra de la cachina.

Desbalanceado. Solo iba puesto una zapatilla y en el otro pie, la medía blanca con línea roja  de Educación Física. Años después me contaría que no estaba preocupado por la zapatilla que solo costó un susto y una carrera. Su papá le había encargado que a la salida del colegio fuera a pagar la letra que debían en una de las tiendas de electrodomésticos de la calle Benavides, para cerrar el año sin deudas. Era un monto considerable, casi un sueldo completo. El dinero lo había puesto dentro de la zapatilla, asegurando para que no lo sustraigan,  porque de su maletín siempre se perdían las cosas.

A decir verdad, tampoco le preocupaba  el encargo de su padre, la mortificación era porque  con  la zapatilla se habían ido también las monedas de su pasaje.  Tuvo que empeñar la otra zapatilla en el paradero de colectivos. 


Ferrer Maizondo Saldaña / huachosperu@gmail.com   Enero, 2019.

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