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Acuarelas Tantarinas: "Un recuerdo"

Mi padre, no siempre acostumbraba rasurarse. Las ocupaciones de la chacra y animales lo tenían siempre atareado. Sea por las llamadas de atención, sea por otra razón, pero ese día, papá decidía a afeitarse.

Vivencias del mundo andino de antaño. Distrito de Tantará, Castrovirreyna-Huancavelica.
Vivencias del mundo andino de antaño. Distrito de Tantará, Castrovirreyna-Huancavelica.

 

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial

 

No siempre acostumbraba rasurarse. Las ocupaciones de la chacra y animales lo tenían siempre atareado.  Invariablemente a golpe de las cuatro de la mañana empezaba la tertulia, la planificación de los trabajos del día.

 

Mamá asentaba, auriqui (algo como ok), contestaba. Papá se levantaba, agarraba su sombrero, se enfundaba su poncho color canela y salía raudo, no sin antes persignarse. Mamá se quedaba aún en cama, oraba y luego pretendía levantarnos. Jatariyña (levántense) nos ordenaba. Hacíamos que no la escuchábamos. Ñachu (algo así como ¡¡¡ ya …!!!), insistía. Pillatarac, pillatarac (Algo así como a quien le daré su correazo) pretendía intimidarnos. Bajaba a la cocina y desde allí nos llamaba. Nos desperezábamos con estruendo. Ya mamá, ya bajo, contestaba.

 

Bajaba y me esperaba una ruma de baldes, para traer agua del puquio, para el desayuno. En ocasiones, cuando no había leña, me esperaba una soguita, vaya a traer leña, ordenaba suavemente, como quien ve los daños, persistía, corre taytay, apuradulla, doraba la píldora. Esas horas, antes de las seis de la mañana, venciendo el frío y el viento, salía de casa y corriendo me iba, puesto mi gorrita. En el camino me cruzaba con otros compañeritos.

 

Papá regresaba, casi para el desayuno. Mamá se percataba de la barba crecida y exclamaba: Achachallauracc Esteban, manachu penjamunquichu, afeitacamuy ima, palotellaña huiñaramusja (Esteban no tienes vergüenza, al menos aféitate, esa barba esta como el “palote”).  El palote es lo que queda de la alfalfa, después del paso de los animales, que cuando uno camina descalzo “pica” los pies.

 

Sea por las llamadas de atención, sea por otra razón, pero ese día, papá decidía a afeitarse.

 

En el patio daba vueltas, buscando los menajes. El lavatorio, la toalla, el jarroncito de plástico para el agua, el espejito. Ya está. Entraba al cuartito y en la vitrina siempre guardaba su máquina de afeitar, que estaba en una cajita metálica pequeña, envuelta primorosamente y amarradita.

 

Salía nuevamente al patio, se quitaba la camisa, la camiseta blanca a botones, se ponía la toalla y se sentaba en un poyo pequeño. Desamarraba muy despacio la cajita, complacido, silbando muy bajito. Ordenaba la maquinita, sacaba el cabezal, ponía la hoja de afeitar guillete, ajustaba el manguito y estaba listo para el afeite. Nuevamente ordenaba el espejito sobre una repisa, echaba un poco de agua al lavatorio, con la brochita removía el jabón y estaba casi listo.

 

Empezaba como un ritual, como cuando herraba al caballo. Con la brochita ponía espuma de jabón, hacia pucheros, por un lado de la cara y luego en la otra, pasaba la maquinita, una y otra vez. Llenaba de aire la parte superior del labio y pasaba la maquinita. Levantaba la cara, para dejar libre el cuello y pasaba nuevamente la maquinita. Así continuaba, sea con la mano derecha o izquierda, para esos casos era ambidiestro, hasta que finalmente terminaba y quedaba extenuado. Nos miraba y sonreía complacido, como si hubiese salido airoso de un gran trabajo. Buscaba el agua florida, se echaba en la mano y se pasaba por toda la cara, por el hombro aún desnudo. Listo decía. Ahora sí, pareces gente todavía, contestaba mamá, con una amplia sonrisa.

 

Así como empezó con el afeite, así mismo terminaba, poniendo las cosas en su lugar, echando el agua al canalito que pasaba por el centro de la casa, desarmando, limpiando y secando la maquinita, ordenando las hojas de afeitar guillete, poniendo nuevamente en la cajita metálica, envolviéndolo y amarrándolo con una pitita y volviendo a su lugar en la vitrina del cuartito. Allí lo dejaba hasta un nuevo ritual que se repetía cada cierto tiempo.

 

Padre, donde estés, donde te encuentres, este recuerdo y muchos otros más que guardo siempre en mí, va para ti, con el amor y cariño que siempre te profesé. Cuando llego a Tantará, te veo en cada paso, me acuerdo de todos los lugares donde caminamos juntos y una honda pena atraviesa mi alma y mi corazón. Ahora en la fiesta te visité muy temprano y a grito limpio te busqué, y te llamé, allí donde descansas, allí donde mis huesos también llegarán y descansarán. Este corto homenaje por que hoy día hubieses cumplido un año más de vida.

 

Chaocito papá

 

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