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Biografia autorizada de Melchora Saravia Tasayco 1895-1951 - VIDEO

ESPIRITUALIDAD POPULAR.

Más conocida como "La Melchorita" fue una virtuosa franciscana nacida un 6 de enero 1895 en Chincha Alta. Es venerada en todo el Perú como una santa milagrosa. Murió el 4 de diciembre de 1951.

 
La virtuosa Melchorita Saravia, sierva de Dios, nace un 6 de enero 1895 y muere el 4 de diciembre 1951.
 
LA HUMILDAD Y EL SERVICIO AL PRÓJIMO COMO VIRTUD
 
06-01-2017 | En San Benito y en general en el distrito de Grocio Prado-Provincia de Chincha Alta (Ica) nos dimos con la sorpresa de que muchas familias tienen el apellido de Saravia y de Tasayco que corresponden a los apellidos de una ejemplar mujer que pasó toda su vida en este lugar y es conocida  como “La Melchorita” sierva de Dios cuyo nombre de nacimiento es Melchora Saravia Tasayco muy venerada por los pobladores de Chincha principalmente en los barrios del distrito de Grocio Prado lugar donde vivió y realizó sus obras de caridad.
 
 
Este venerada mujer nació 6 de enero de 1895 en este distrito chinchano.
 
 
 
 
Los primeros días de enero llegan a la casa donde vivió, miles de peregrinos y fieles en busca de consuelo y bendición. Para conocer más acerca de esta mujer, vamos a extraer del libro publicado por el CPDR El Día del Pueblo MUJERES EJEMPLARES DEL PERU el capitulo correspondiente a Melchora Saravia Tasayco.
 
 
 
 
 
 
                  La guerra del Pacifico de 1879, que enfrentó a peruanos y chilenos, trajo destrucción y caos al territorio nacional. Durante la invasión chilena casi todas las grandes haciendas de la costa fueron destruidas y sus cultivos de caña de azúcar, menestras, vid, arroz y pan llevar fueron arrasados. Reconstruir la economía del país después de la guerra fue un duro trabajo.                 

 

 
 


Hacia 1895 nuevamente las haciendas de la costa empiezan a producir en grandes cantidades. Esta vez, con la entrada de capitales mercantiles, nuevos productos agroindustriales se empiezan a sembrar desplazando a los productos tradicionales.

Al cálido valle de Chincha, provincia de Ica, famosa por su producción de menestras, vid y aguardientes, llega la fiebre del algodón desplazando los sembríos de viñedos, menestras y productos de pan llevar. Entonces, grandes cantidades de campesinos pobres, sin tierra, asalariados y afincados en pequeña s rancherías a lo largo del fértil valle de Chincha, van a trabajar a las grandes haciendas de algodón. En los soleados campos trabajan sin descansar jornadas de 14 a 16 horas en condición de feudatarios, yanaconas y peones.

Aquí, en el valle de Chincha, el 6 de enero de 1895 en el pequeño pueblo de San Pedro de Grocio Prado, nace Melchora Saravia Tasayco más conocida como “La Melchorita” En el caserío de San Pedro, todo el mundo era gente humilde y sencilla. El trabajo era el único medio para superar el infortunio de la pobreza, y el modesto hogar de la familia Tasayco no era la excepción. Los padres y hermanos de La Melchorita combinaban el trabajo en las haciendas, cosechando algodón y limpiando acequias, con la producción de artesanía de caña verde y junco.
 
Su cuarto y su cama en la casa donde vivió.

Desde muy temprana edad, Melchorita aprendió los secretos del arte de tejer la caña verde y el junco. Toda su familia confeccionaba canastillas, cestos y sombreros que los sábados y domingos vendían en la ciudad de Chincha y en las haciendas cercanas. Junto a este trabajo, Melchorita también empieza sus primeras obras de caridad, como cuenta el señor Humberto Saravia:
 
 
 
 
 
 
                Ella viene de una descendencia de familias humildes, sencillas y modestas, pero siempre con el corazón predispuesto a Dios como fue, por ejemplo, el papá de Melchora. El se preocupaba de atender a los enfermos ya graves, como se acostumbra en nuestro pueblo. . Los llevaba como decíamos “a buen morir                  

 

 
 


Su mama también lo hacia. La Melchorita con su trabajo de artesanía que ella misma hacia como bolsitas, canastitas y sombreros de junco, que luego los vendía y con esos medios se servía para dar de comer a muchos enfermos, a muchos hermanitos que no tenían para el sostén diario”.

Los hijos de los campesinos del pueblo de San Pedro, desde temprana edad empezaban a trabajar en las grandes haciendas, en sus pequeñas chacras o en la artesanía. La mayoría de ellos apenas iba uno o dos años a la escuela. Lo suficiente como para aprender a leer y escribir.

Pocos tenían la suerte de terminar la educación primaria. La familia Saravia, preocupada por enfrentar la dura vida apenas envió un año a la escuela a La Melchorita, como recuerda el señor Humberto Saravia. “¿Educación? Ella casi no la tuvo. Melchora estuvo en colegio  primario nomás. Antiguamente en nuestro pueblo se estudiaba primer año, segundo año de primaria nomás. Eso tuvo ella en cuanto a educación. En cuanto a sus conocimiento espirituales. Eso si fue mucho más. Siempre fue una chica que desde muy temprana edad fue guiada por sus padres y siempre pegada a la religión católica y a los sacramentos. Conocer a Dios fue su primera virtud y se sabe que desde muy tierna edad sus padres la llevaban a la iglesia de Santo Domingo, para escuchar misa. Todos los domingos a las cuatro de la mañana ya estaban saliendo para ir a Chincha a escuchar misa”.

En el año de 1918, las cosas seguían mal en los campos de Chincha: la mala paga, las largas jornad as de trabajo de 14 y 16 horas, el abandono y el hambre aplastaba a los campesinos. Entonces, la agitación sindical recorre todas las haciendas de la costa peruana. En el año 1919 los campesinos y obreros organizados logran la conquista de la jornada de la s 8 horas. Sin embargo, el júbilo dura muy poco. A comienzo de 1920, una gran crisis del algodón sacude los calles de Chincha e Ica. Se reducen los salarios y grandes cantidades de peones son despedidos de las haciendas algodoneras.

Más hambre y pobreza sufren las familias de los campesinos sin tierra. Ante esta situación, La Melchorita, que ya contaba con 26 años de edad, multiplicó sus esfuerzos para atender a los campesinos pobres de su pueblo. “En unas ollitas chicas que obran en poder de la familia, da ba de comer a mucha gente que no tenia alimentos a las 12 del día. Ella se preocupaba por los menesterosos y les invitaba el almuerzo que ella preparaba. Esa fue la virtud principal que el Señor le regaló: la de preocuparse de ayudar a los enfermos, a la gente más necesitada, a los humildes. No necesitó ser alguien en la vida, no necesitó de tanta educación, su vocación fue entregarse a Dios y en eso cumplió”.

Por ese tiempo, el ejército organizaba batidas en los pueblos de Chincha para capturar y arrestar a los campesinos desocupados. Con la consigna de “todos los vagos a trabajar”, los campesinos eran conducidos en fila india a la ciudad de Chincha, para de allí destinarlos a alguna construcción caminera en algún lugar del interior del país. Es que la gr an crisis del algodón generó gran desocupación en los valles de Chincha e Ica. Entonces, en 1920 los hacendados que gobernaban el país, dieron dos leyes famosas en contra de los indios y campesinos: la Ley de la Vagancia y la Ley de Conscripción Vial. Estas leyes permitieron al gobierno, utilizar gratuitamente la fuerza de trabajo de los campesinos y los indígenas en la construcción y reparación de carreteras. En el pueblo de La Melchorita, muchas familias quedaron desamparadas. Sólo la labor caritativa de Melchora Saravia era un bálsamo para el dolor de tanta gente Melchorita instaló en su pueblo un puesto de venta de frutas y otros productos.

Con las ganancias obtenidas en el negocio ayudaba a los enfermos sin recursos. Pero, ¿Cómo era esta mujer humilde que estaba dispuesta a ayudar a quien lo necesitaba? La señora Victoria Bautista, que conoció a La Melchorita nos relata:

 
 
 
 
 
               Ella vestía bien sencilla. Siempre con su vestido cremita, con su lacito en su cintura.              

 

 
 

Ese era su vestido de siempre. Ella no cambiaba el color, ni otro vestido mejor, siempre andaba bien humilde. De carácter era bien alegre, llamativa, y su sonrisa era como que a uno la invitaba a ser más amiga de ella. A ella le gustaba usar trencitas y se peinaba con trencitas que ella misma se hacia. En cuanto a su color, ella no era tan trigueña, tampoco clarona, era de color canelita”. Desde muy joven Melchorita desarrolló sus sentimientos religiosos.

Su inclinación por la religión católica la llevó a ingresar a la Tercera Orden de San Francisco. Como terciaria franciscana hizo votos de castidad y frecuentaba los sacramentos. Se cuenta que para las fechas importantes del calendario litúrgico hacía largos ayunos. Como hermana terciaria se dedicó con mayor entrega al servicio de los necesitados y enfermos. Ella no se casó ni tuvo hijos, sus hijos fueron los pobres. “Si ella viviera hoy, que no haría por la juventud, dice doña Victoria Bautista, A ella le gustaba mucho los niños, les enseñaba el respeto, ese respeto que se merecen los mayores. Ella siempre decía: “Saluden a los mayores, porque saludar es tener buen espíritu. Algún día ustedes van a ser una señoritas, unas señoras y también tendrán que formar a sus hijos”. A los niños siempre les aconsejaba a que vayan a aprender el catecismo a la iglesia, antes se iba pues al catecismo”.

“Ella decía siempre -agrega don Humberto Saravia – que los frutos se verán mañana y la cosecha del Señor se dará a través de ella y hoy, por eso, vienen de todas partes a visitar este lugar donde ella vivió. “Hoy no soy nadie, hoy soy pobre, soy humilde, pero mañana será este pueblo grande” decía La Melchorita y prueba de ello es que el templo antiguo se cayó y ella hizo todo el esfuerzo para que se reconstruya y miren el templo que tenemos hoy”.
 
A los 57 años de edad, Melchorita cae gravemente enferma, victima de cáncer a los senos. Fue internada en el Hospital San José de Chincha donde la operaron. Cuentan que hasta el día de su muerte ella no perdió su carácter amable y jovial que animaba a sus amigos y vecinos a seguir amando la vida. Melchora Saravia Tasayco, a la edad de 57 años fallece el 4 de diciembre de 1951. “Cuando ella murió- cuenta la señora Victoria y la pusieron en un cajón, ella sudaba como si estuviera viva. Yo tenía entonces 17 años y lo recuerdo muy bien. Y otra cosa, ella tenia un jardín, que cuidaba mucho y todos los años en el mes de diciembre, los días 24, ella sacaba unas flores fraganciosas que perfumaba todo el ambiente. Una vez ella muerta, también murieron las flores”.

Fuente: Nelson Figueroa - michinchaquerido


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