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Hacia una infancia libre de trabajo

No todo trabajo infantil es malo; “por ejemplo, ayudar a los padres en el hogar o en un negocio familiar o ganarse un dinero de bolsillo fuera de los horarios escolares o durante las vacaciones”.

 

Por: Luis E. Forero Medina  Abogado/Especialista enSaluderecho 

 

Juanito abandonó la escuela y trabaja en el campo para ayudar a los gastos de la familia; por lo general su jornada de trabajo   inicia a la madrugada y termina en la noche; tiene que manipular productos químicos y tóxicos y utilizar maquinaria y herramientas peligrosas.

 

Esta una de las muchas historias reales de las peores formas de trabajo infantil, que se presenta igualmente en minas, fábricas, talleres, basureros o como sirvientes domésticos en hogares, principalmente niñas y adolescentes.

 

Cuando los niños no son abandonados en las calles, algunos de ellos    son reclutados para ejercer trabajo forzoso u obligatorio como la incorporación para utilizarlos en actividades ilícitas, conflictos armados, la prostitución y la pornografía infantiles.

 

 

 

El trabajo infantil lo define la Organización Internacional del Trabajo (OIT), como una violación de los derechos humanos fundamentales, que ha demostrado perjudicar el desarrollo de los niños, pudiendo conducir a daños físicos o psicológicos que les durarán toda la vida.

 

 

La meta de la comunidad internacional para 2025, es poner fin al trabajo infantil en todas sus formas; sin embargo, el panorama a poco más de un quinquenio es bastante desolador.

 

En el mundo, un “ejército de niños obreros” superior a la población del Brasil sale a trabajar todos los días, unos 218 millones de niños entre 5 y 17 años; de los cuales más de 17 millones de niños, esto es un 16% de esa población lo hacen   en América Latina y el Caribe. El concepto de “niño" abarca toda persona menor de 18 años de edad.

 

De este grupo, una cantidad superior a la población del Reino unido, por lo menos 73 millones de niños ejecutan el trabajo en las condiciones más extremas. En el planeta, el sector rural se nutre de la tercera parte de mano de obra infantil; 7 de cada 10 niños en situación de trabajo infantil pertenecen a la agricultura.

 

De acuerdo a las Naciones Unidas la consecuencia del trabajo infantil se da a todos los niveles: sociales y morales (por ejemplo, profundiza la desigualdad), físicas y psíquicas (por ejemplo, retraso en el crecimiento) y económicas (por ejemplo, incidencia negativa en el Producto Interno Bruto).

 

 

 

La OIT y el UNICEF (El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) han sostenido que no todo trabajo infantil es malo; “por ejemplo, ayudar a los padres en el hogar o en un negocio familiar o ganarse un dinero de bolsillo fuera de los horarios escolares o durante las vacaciones”; siempre y cuando no afecten su salud, su desarrollo personal, ni interfieran con su educación.

 

 

“Este tipo de actividades son provechosas para el desarrollo de los pequeños y el bienestar de la familia; les proporcionan calificaciones y experiencia, y les ayuda a prepararse para ser miembros productivos de la sociedad en la edad adulta”, afirma la OIT.

 

Este año se celebran dos efemérides referentes a esa lucha sin tregua que busca que los niños tengan sueños, no trabajos; que vayan a la escuela no a la fábrica. Hace un siglo la OIT promulgó uno de los primeros convenios  referente  a la edad mínima en la industria (Convenio núm. 5, 1919); y  hace  20 años  se adoptó el Convenio sobre las peores formas de trabajo infantil de la OIT, 1999 (núm. 182), que con el  núm. 138 de 1973  sobre la edad mínima, 1973 (núm. 138), constituyen la base jurídica para la lucha contra este problema.

 

Estos Convenios hacen parte de la legislación interna de 187 Estados. El año 2021 fue declarado por la Asamblea General de las Naciones, el Año Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil.

 

@luforero4
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