David Vilcapuma - Profesor/Escritor

Cuentan los lugareños de las lomas de Saño, que una tarde lluviosa la pastora casi uma muyo, (desequilibrada) y descorazonada andaba, ante la pérdida de la cabra preñada, que pasteaba entre la oscuridad del cerrazón.

Dicen que era un calvario buscar a las cabras que se perdían para parir, por los cerros y zanjones de las lomas, las jóvenes pastoras, quienes ya estaban en la edad de querer bautizarse con la cebollita china, se distraían entre besos con los cortejadores que los alcanzaban en las lomas, aprovechándose del cerrazón y ellas muy entretenidas se descuidaban de las cabras.

Cuando sucedían estos episodios, ellas iban corriendo a casa y acostumbraban hacer un curioso y llamativo ritual, agarrando un puñado de sal y exclamando que no le pase nada al desafortunado animalito, que si el atog (zorro), estaba por allí, que su astucia se desvanezca, que el hocico no se le abra, que le dé mucho sueño y que no le haga nada al guacho que la cabra había parido.

Luego acercándose a la cocina, con la mano sobre la tullpa (cocina), dejaba caer la sal al fuego, allí entre la llama y el brasa, hacia un fuerte sonido reventándose con potencia como un pirotécnico.

Las comuneras decían que, cuando el animal aún se mantenía con vida, el sonido era más fuerte, hasta se pirueteaba la sal para el lado donde estaba el caprino, y si el animal estaba ya sin vida, el sonido era más suave, y también significaban que los animales muertos estaban hacia el lado donde se dirigía el sonido.

Las pastoras que practicaban estos curiosos rituales ancestrales, manifestaban su aprobación unánime, de que eran súper efectivas y las practicaban con frecuencia, considerando que este rito era muy acertado.

Chincha, abril de 2020