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"La tia Marina" una crónica del escritor huachino Ferrer Maizondo Saldaña

Una maestra clásica, una maestra de libro, caligrafía y corrección fue Marina Cárdenas Gutiérrez, la tía Marina. Una dama de respuesta precisa y lenguaje directo y claro.

Falleció el de 20 de julio del 2016 a las 3:00am en el Hospital de Lima, la maestra Marina Cárdenas Gutiérrez, tenía 92 años.
Falleció el de 20 de julio del 2016 a las 3:00am en el Hospital de Lima, la maestra Marina Cárdenas Gutiérrez, tenía 92 años.

 

Por: Ferrer Maizondo Saldaña

 


 

Una maestra clásica, una maestra de libro, caligrafía y corrección fue Marina Cárdenas Gutiérrez, la tía Marina. Una dama de respuesta precisa y lenguaje directo y claro. Una señorita de buenos modales y curiosas actitudes. Vestida siempre con faldón, trenza y recto caminar. Bien aseada se presentaba a la escuela.

 

Los sobrinos y sobrinos nietos le teníamos mucho respeto. Algunas veces hasta temor. De memoria se sabía el Manual de Carreño y, cuando estábamos frente a ella, en la escuela, en su casa o en la calle quería que actuemos con corrección y buenas maneras. Era mucho pedir, dado que éramos excesivamente traviesos, juguetones y callejeros. Peloteros en cada pampón. Bulliciosos en cada esquina.

 

V

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Velada ciivico escolar realizada a fines de los años 60 en el histórico Cabildo (luego destruido por un alcalde irresponsable) del dsitrito de Huachos. Podemos ver de izquierda a derecha: Teodorico Suárez, director del Colegio San Cristóbal; profesor Juan Pardo Cornejo, profesora Nora Suárez Soldevilla, alumno Severiano Melo, agarrándose las manos Luis Flores Cárdenas, alumna Delicia Dávalos y tomando la palabra la respetada maestra Marina Cárdenas Gutiérrez, docente de la escuela de mujeres de Huachos.

 

Se preocupaba más de la cuenta por sus sobrinos. Estaba siempre atenta a nuestros quehaceres y, no perdía la ocasión para orientarnos o brindarnos un mensaje. Quería la perfección para todo. Era imposible; pero, ella intentaba. Al enterarse de mis travesuras y berrinches de niño callejero, se le ocurrió regalarme por mi cumpleaños un inmenso cuadro con la imagen del Divino Niño Jesús de Praga, que hasta hoy conservo en casa paterna en mi hermoso pueblo de Huachos.

 

En las actuaciones escolares, allá en las escuelas prevocacionales, a la señorita Marina, como la conocían, gustaba actuar y hacer actuar. Todas sus alumnas tenían que participar. Unas, bailando; otras cantando; aquellas, saltando; y, por último, aplaudiendo.

 

Una maestra innovadora, inquieta, de buenas y permanentes lecturas fue siempre Marina Cárdenas. Hasta sus últimos días, su mayor distracción y ocupación fue leer diarios, El Comercio era su preferido. En su mesa podía faltar un pan; pero, sobraban diarios y revistas por leer. Tenía también inquietudes por la investigación, por la historia. Mantenía la memoria fresca.  Frecuentaba la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay.

 

Servicial y atenta a los problemas y necesidades de familiares y vecinos. Como aquella vez que a medianoche escuchó un bullicio sospechoso en la tienda de su hermana Apolonia. La maestra Marina vivía en el segundo piso, con su hijo Félix, a quien cariñosamente llamamos Felito.

 

En la tienda del piso inferior continuaba el bullicio misterioso. Se imaginó un ladrón buscando la caja de dinero en la oscuridad del negocio de su hermana. Una bien surtida tienda de telas, zapatos, panes y abarrotes en general.
 

La tía Marina que tenía respuestas rápidas empezó a gritar desde el segundo piso, una y otra vez, como para que escuche el ladrón.


- ¡Ya te conozco!  ¡Ya se quién eres!


Luego de una pausa, el bullicio continuó.

 

- ¡Ya te conozco!  ¡Ya se quién eres!  –, siguió amenazando, la señorita Marina.

 

No se contuvo, corrió a casa de su hermana Apolonia. Avisó con desesperación que había un ladrón en la tienda. Llamaron también a la policía que de mala gana y con tanto frío se levantó.

 

Con una vela en la mano, además de palos y lazos, las hermanas se apersonaron a la tienda. Caminaron con temor. Nerviosas a pesar de que ya estaban acompañados por la autoridad.  El policía Genaro Anchante mostraba seriedad queriendo generar confianza y seguridad.  

 

Con mucho cuidado y en un silencio cómplice introdujeron la llave en el inmenso y dorado candado. De un solo golpe abrieron  la puerta como para coger de sorpresa al ladrón, cuando del fondo de la tienda  brincó por encima de la comitiva un inmenso perro con el hocico lleno de manteca que había estado atragantándose.

 

Publicado en Facebook por Ferrer Maizondo Saldaña / huachosperu@gmail.com

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