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Por qué nos cuesta tanto aceptar los gestos altruistas o los actos bondadosos

¿Estamos educados para dudar y sospechar de todo?

Cualquiera habría podido pensar que Sandi Mann estaba dando a la gente una bofetada en la cara, en lugar de una humeante taza de café.
 
Estaba en la cafetería del barrio con sus hijos, donde a menudo disfrutaban de un alegre y barato desayuno, como premio antes de ir a la escuela. El más pequeño no quería el café que venía con la tostada, así que ella pensó que podría darse una vuelta y ver si algún otro cliente deseaba un café gratis.

¿Qué podría salir mal? "Pensé que estarían encantados, que todo sería calidez y ternura", dice ahora.

"Por el contrario, me encontré con miradas de desconcierto. Tenían esta sospecha: ¿Había escupido en él? ¿Estaba envenenado?".

Al final, acabó sintiéndose como si hubiera hecho algo mal, cuando todo lo que quería era ofrecer un café gratis.

No tenía que haber sido así.

Sandi Mann, psicóloga en la University of Central Lancashire, se acababa de embarcar en un proyecto para explorar el fenómeno de la "cadena de favores", una popular filosofía que defiende ser generoso hacia un desconocido, con la esperanza de que esa persona pase la amabilidad a alguien más.

"La idea es crear una cadena, un efecto dominó", explica Mann.

La idea de Mann era probarlo ella misma durante un par de semanas y observar las reacciones de la gente. Después de todo, la mayoría de las personas podrían tener la intención de ser un poco más amables, aunque a veces creemos que no somos capaces de reunir la fuerza de voluntad.

Pero entonces, ¿por qué es tan difícil dar y aceptar la bondad? Y ¿valdría de verdad la pena en el mundo real, o tan sólo somos demasiado cínicos en la sociedad de hoy en día?

La ecuación matemática del altruismo

Todo comenzó una mañana...

Mann registró los placeres y las vergüenzas de ese día en su libro recientemente publicado "Cadena de favores: cómo una taza de café podría cambiar el mundo" (siguiendo el espíritu del contenido, las derechos de Mann por el libro irán a parar a una organización benéfica de pacientes con distrofia muscular).

Tal y como le sucedió a mucha gente, el interés de Mann en la generosidad del día a día comenzó con una emotiva publicación que vio en Facebook.

Su amiga americana Debbie había estado visitando una tienda de café para llevar, cuando se dio cuenta de que la persona que estaba delante de ella ya había pagado su cuenta.

"Estaba tan entusiasmada que le alegró el día", dice Mann.

De inmediato, se sintió intrigada por el potencial de esta filosofía; la idea de que un simple acto de generosidad podría "tener un efecto en cadena, como el efecto mariposa", enviando ondas de buena voluntad a través del mundo.

Michael Norton, de la Harvard Business School, ofreció algunas de las pruebas más consistentes, concluyendo en varias ocasiones que las personas que gastan mayores proporciones de sus ingresos en otros tienden a ser mucho más felices, a largo plazo, que quienes se lo gastan todo en ellos mismos.

Fundamentalmente, este no es sólo el resultado del cómodo estilo de vida occidental: Norton ha estudiado este concepto aplicando estadísticas de más de 130 países, desde Estados Unidos hasta Uganda.

"En todos los países, ricos o pobres, y en todos los continentes, las personas que dan más suelen ser las más felices", dice.

Por este motivo, considera que la alegría de compartir parece ser un fenómeno "psicológico universal", una característica que se encuentra en el núcleo de la naturaleza humana, independientemente de tu cultura.

Hasta es buena para la salud

Tomar el tiempo para ayudar a otros puede incluso protegerte frente a enfermedades, dice Mann. De acuerdo con una investigación de 30 años, las mujeres que son voluntarias en organizaciones benéficas tienen un 16% menos de posibilidades de sufrir enfermedades graves durante ese tiempo, tal vez porque disminuye los niveles de estrés, los cuales, a su vez, pueden estimular el sistema inmunológico.

Hay muchas posibles razones por las que actuar desinteresadamente puede calmar el cuerpo y la mente.

Compartir con los demás puede aumentar tu conexión social (¿quién no se siente agradecido tras recibir un buen regalo?) y el sentido de propósito en la vida; sientes que haces algo importante y que tiene sentido levantarte de la cama por las mañanas.

Teniendo en cuenta que los humanos son animales sociales, esto puede formar parte de nuestra naturaleza evolutiva, dice Norton.

"De la misma forma que tenemos apetito de grasa o azúcar, todos podemos cultivar un profundo deseo de ayudar a otras personas", explica. La satisfacción de quien ayuda.

Al menos, esa es la teoría. Sin embargo, Mann descubrió que la satisfacción de quien ayuda (un término que en inglés se conoce como "helper's high") es, a menudo, difícil de adquirir.

Educados para el engaño

"Estamos educados para esperar que los extraños intenten engañarnos".

Mann cita una investigación que muestra que la gente se ha vuelto individualista en las últimas décadas, y obtiene puntuaciones un 40% más bajas en los test de empatía que quienes fueron criados en la década de 1970.

Quizás tan sólo estamos menos acostumbrados a ser amables y a que lo sean con nosotros. "Es una sociedad triste, si es eso en lo que nos hemos convertido", dice.

¿Estamos educados para dudar y sospechar de todo?

"Hay mucho odio, negatividad y sospecha. Y con el individualismo de cada uno, sentimos que estamos luchando sólo por nosotros, pero tenemos que contrarrestar esto y empezar un movimiento de bondad. Suena cursi, pero creo que lo necesitamos".

Más rápido viaja la codicia

Los que critican el movimiento de la "cadena de favores" rechazan su artificialidad; puede que incluso lo vean como algo coactivo, que obliga a otros a hacer cosas por las que luego se sienten molestos.

También pueden apuntar a la evidencia de que la buena voluntad no se propaga tan rápido como a sus defensores les gustaría creer.

La propia investigación de Norton, por ejemplo, encontró que el rencor y la codicia son bastante más propensos a difundirse en la población que la generosidad.

"Si alguien es tacaño, somos muchos más propensos a devolver ese comportamiento negativo a la próxima persona", explica.

Sin embargo, también se puede argumentar que esto es sólo una razón más por la que necesitamos la bondad en el mundo; para neutralizar esas manzanas podridas.

Es más, a pesar de que estos actos de bondad altruistas puedan parecer artificiales en un principio, hay algunas pruebas que indican que pueden cambiarte permanentemente para mejor, de manera que la bondad se convierte en tu norma.

"Puedes cultivar hábitos de la virtud", dice David Rand, de la Universidad de Yale, quien ha descubierto que las personas a quien se anima a realizar buena acciones tienden a ser más amables en sus tareas posteriores, una especie de "contagio psicológico".

Cómo empezar

Mann, por su parte, está convencida de que todos podemos cambiar para mejor. Como psicóloga clínica, incluso ha comenzado a aconsejar a las personas con depresión que traten de incorporar pequeños actos de generosidad o bondad en su terapia.

Si estás inspirado a probarlo, sugiere que te "endurezcas" un poco. "Se necesita coraje y agallas", dice.

Por esta razón, advierte que es mejor tener el listón bajo al principio.

"No recomendaría pararse en la calle a repartir bombones gratis. Empieza con algo dentro en tu zona de confort, quizás simplemente sonreír a alguien en la calle o ser agradable con el vendeor ambulante que toca la puerta de tu casa".

Algo tan simple como dar cumplidos a la gente, descubrió que es uno de los actos de bondad más fáciles y mejor recibidos.

En última instancia, espera que su libro nos ayude a recordar que, a veces, ser amable puede ser una recompensa en sí misma.

"Ese es el enfoque que me gustaría cambiar; que no tiene por qué haber siempre un motivo subyacente. Puedes simplemente ser agradable por el simple hecho de serlo".

Fuente: BBC Mundo







 

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