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ACUARELAS TANTARINAS: En memoria de mis tíos Domingo Saldaña y Victorita Mendoza

Apareció un camión portatropas, luego otro camión, con mis primos. Bajaron, lloraron desconsoladamente. Mis tíos habían muerto de la peor manera, en manos de hordas senderistas.

Los animales, vacas lecheras y rudios, cuando se agotaban los alfalfares, se trasladaban de un lugar a otro. Se empezaba en Cascanni,cerca al acantilado del riachuelo donde  anidan los bulliciosos loros.
Los animales, vacas lecheras y rudios, cuando se agotaban los alfalfares, se trasladaban de un lugar a otro. Se empezaba en Cascanni,cerca al acantilado del riachuelo donde anidan los bulliciosos loros.

Por: Esteban Saldaña Gutiérrez - Ingeniero Industrial


Culminado el año escolar mis padres nos llevaban a la “quebrada”, a modo de vacaciones útiles, para  ayudar a “pastear”  los animales.

En cada  cerco se tenía un cuartito que hacía las veces de cocina, con canastas colgadas en las paredes y la “chaclana” llena de quesos y requesones. Casi  no había asientos y se comía sobre cajones de frutas. El batán se encontraba fuera, por falta de espacio. En el  desayuno se tomaba leche fresca,  cancha y su “cuchupa”, que es la parte del queso que sobresale del “huanco” y se cortaba finito con la cerda de la cola de vaca. El almuerzo tradicional. La cena, invariablemente  requesón con harto mote, una delicia. El dormitorio, un rustico cuarto de palos, debajo de algún frondoso árbol.

Los animales, vacas lecheras y rudios, cuando se agotaban los alfalfares, se trasladaban de un lugar a otro. Se empezaba en Cascanni, una pequeña parcelita, debajo de la carretera y cerca al acantilado del riachuelo de  “Quichua”, donde  anidan los bulliciosos loros. Luego se pasaba al cerco de Ahuillhua, colindante con  Colcaya, fundo del Padre Rojas, donde solo veíamos crecer  todo tipo de frutas, especialmente los vistosos nísperos, radiantes, amarillos, que se exponían al sol. Después se pasaba a Pizarà, cerco que queda al pie del rio grande, donde abundaba la guinda, los higos  y la chirimoya. En un descuido y ya estábamos sobre el árbol, en competencia con los “chihuacos” y los loros. De esto más sabe Soledad, nuestra hermana menor. Terminado el pasto nos trasladábamos al cerco de  Chata,  en cuya esquina  y al borde del río, escondido  bajo  espesos  arbustos nacía burbujeantes  ojos de agua, puquios, donde  el habla popular decía que al atardecer se escondían  unos cerditos  dorados y nadaban peces multicolores. Allí iniciaba la beta de la mina Santa Beatriz, recorría los filosos cerros de Padre Rumi y terminaba en Minasniyocc.

En una oportunidad, por alguna razón estaba solo con mi padre en Pizarà, seguramente regando la chacra o sacando la mala hierba, cuando divisamos  que por la carretera venía mi Padrino Constantino Gutierrez, montado sobre una mula y puesto su típica  gorrita que a la vez tenia forma de  sombrero. Se sobreparo y  llamo a mi padre. Compadre, como esta, una palabrita, le dijo.

Quédate aquí nomas, me indico y fue a su encuentro.  Charlaron en la carretera  largo rato. Mi padre regreso llorando. Nunca lo había visto llorar de sano. Cuando sucedió lo de mi tío Mamerto si lloraba, pero “animado” y llamaba a gritos “Mamerto, mamertito” y se dormía.

 
« Ahora  estaba, como dicen, sano y bueno. Se sentó  sobre una piedra y se puso a llorar desconsoladamente. Me acerque temeroso. Papá le dije. No me escuchaba. Papá que ha pasado. Volteo la mirada y pude ver sus ojos rojos, de llanto. »


Tu tío Domingo, tu tía Victorita, atino a decir y otra vez, como un niño,  se echó a llorar. No sabía que hacer.  Luego de un rato de franco desahogo trató de sobreponerse, suspiro fuerte y me dijo muy  acongojado  que había pasado una verdadera desgracia con mi tío Domingo y  su esposa,  tu  tía Victorita, en Arma.

Anduvo por aquí y por allá,  no sabiendo a donde dirigirse, caminaba por caminar. Finalmente me dijo: arreglas todo y en la tarde  vienes a Palca, allí voy a estar. En Palca vivía mi tía Julia, hermana de mi padre, encargada de la oficina de telégrafos y  correos. Era  un punto estratégico,  donde  llegaba la  carretera de Chincha y desde allí  se bifurcaba  a Tantará, Huachos y Arma.

Llegue a Palca. Reconocí la potente voz de mi tío Damián. La sonrisa pícara, ahora apagada, de mi tío Antonio. Mi tía Julia, ecuánime ella, junto a su esposo, tío  Antonio “Chalaco” Gálvez.

Estaba también mi tío Quintiliano Rojas. Habían tratado de matizar la pena con poco de chamiscol. Yo soy tu tío legitimo me dijo, pero tú no tienes la culpa de no saberlo. Llegaron desde Tantará  varios familiares, dentro de ellos mi primo Felipe. La casa se llenó. Nos preguntábamos sobre la situación de mis primos, Chayo, dijimos, Pepe, Raúl, Fernando, Miguel, Edith, “Mela”, Víctor.

Cerca de media noche se apareció un camión portatropas, lleno de policías. Luego otro camión, donde estaban algunos de mis primos. Bajaron, lloraron desconsoladamente. Nos abrazamos. Cuanto dolor, cuanta lagrima. Mis tíos habían muerto de la peor manera, en manos asesinas de hordas senderistas.

Salimos en caravana. Primero  los policías, con arma en ristre, valiente con los desvalidos, pateando chozas de humildes campesinos. En el trayecto se abalanzó una mujer, preguntando por su esposo. No sigan, dijo suplicante. Han dejado carteles advirtiendo no acercarse, caso contrario serán  estrangulados. La policía  opto por acampar, en previsión de cualquier desgracia, adujeron.

Nosotros seguimos adelante. Antes de llegar a Arma se detuvo la comitiva. Es allí,  señalaron una casa que se perdía en las faldas de un cerro, de una gran chacra. Bajamos, llegamos a la casita. La escena era de horror,  indescriptible. Se reanudaron los llantos, los ayes, no era para menos. Como al medio día se levantaron los cadáveres.  De vuelta  en la carretera, alguien dijo vamos a Arma.

Furibundo y venciendo las lágrimas se opuso el primo Raúl, en un improvisado discurso dijo que nunca más regresaría a Arma, pensando tal vez que los Armeños tendrían algo que ver con la muerte de sus padres.

Huérfanos de padre y madre, en una completa orfandad, en el  desamparo, así quedaron mis primos.  Sin embargo, todos ellos, así como el ave fénix  renace desde las cenizas, así mismo y bajo el amparo celestial de mis tíos, todos forjaron un futuro promisorio y son hombres de bien,  personas a quienes nadie los puede señalar.

Todos ellos, tan llenos de bondad, al ver que mi padre en sus viajes a Chincha se alojaba en una casa de la calle Colón, le asignaron un cuarto grande en su casa. Es tu casa tío, le dijeron y le entregaron las llaves.
 
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