En OPINIÓN LIBRE |

Decadencia de la política y el periodismo adscrito al dinero

El periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas de la civilización del espectáculo de nuestros días y más que todo cuando se trata de la cosa pública.

El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y el actor de cine Sean Penn
 

Por: Oswaldo Carpio Villegas - Profesor en Marketing Político


Decadencia de la política e insignificancia de la opinología y de un periodismo adscrito al dinero

Mario Vargas Llosa ha escrito un artículo titulado “Circo y periodismo”--El País, 24 de enero de 2016-- en el que analiza, describe y comenta cómo en la sociedad del espectáculo que él ha criticado en su libro “La Civilización del espectáculo” (2012) la insignificancia es noticia; la vida privada se hace pública y es titular en un país, una región y en el mundo: la insignificancia ocupa cada vez mayores espacios, todo se convierte en vanidad (“vanidad de vanidades y todo es vanidad”, dice el Eclesiastés).

En este avance de la insignificancia se pierde libertad, autonomía, capacidad de crítica y se abre paso a una nueva forma de opresión como resultado del escamoteo de los verdaderos problemas del mundo. La insignificancia ha sido elevada a los altares de las primeras planas y categoría gobierna la vida diaria de miles de millones de personas que han pasado a ser esclavas del chisme y de lo efímero, la moda, lo intrascendente, lo ridículo mientras grupos pequeños siguen tomando las  grandes decisiones del mundo.

La insignificancia se ha convertido en un gran velo, una enorme cortina de humo que bloquea y oculta la realidad. Como en la paradoja de Platón que nos hablaba de cómo el hombre común ve en el fondo de la caverna las sombras de la realidad reflejadas en la pared del fondo y cree que esa es la realidad; así, lo insignificante se ha convertido en una sombra de la realidad pero es tan sólo un reflejo distorsionado que nos impide ver el mundo real.

El filósofo Cornelius Castoriadis, publicó en 1996, “El avance o el ascenso de la insignificancia”, libro en el que examina desde el punto de vista filosófico el significado y el crecimiento en la sociedad postmoderna de lo frívolo, lo baladí, lo nimio: “la evanescencia casi completa de los valores” y su reemplazo por “el único valor, el dinero” que se ha convertido en el fin en sí mismo de la vida; sociedad en la que el ideal sublime es enriquecerse, lo que ha dado paso al todo vale y su complemento lógico: la corrupción generalizada. La insignificancia se ha instalado en la vida y ha penetrado las vida social cotidiana, la política, los medios de comunicación y el periodismo: la frivolidad, el escándalo por la venta-difusión de la vida privada de personas que actúan en programas carentes de todo valor.

En el Perú, se ha instalado la corrupción como objetivo de los políticos y la frivolidad y el escándalo en los medios de comunicación. La insignificancia ha echado raíces, cobrado fuerza y monopoliza los medios en la que una legión de opinólogos se han dado a la tarea de hablar desde lo que los griegos llamaban la doxa, la simple opinión que se solaza en la superficie y la mala intención, aquello que carece de todo valor de verdad pero tiene un peso político porque, en una sociedad de muy bajo nivel educativo, se pretende imponer proyectos políticos y candidaturas.

La simple opinión no llega a ser un punto de vista porque eso se requiere estudio, análisis, comparación, valoración, reflexión y capacidad de formular ideas creadoras y no simples impresiones que refuerzan un prejuicio o el interés del que sirve a una  casta que  pretende pasar por verdad sus simples opiniones.

Estos analistas políticos hicieron su ingreso al periodismo luego de cansarse de una vida poco exitosa en profesiones liberales. Carentes de una formación y ética periodística sesgan sus simples opiniones. Como nuevos "periodistas, les interesa cultivar una imagen que les abre espacio en las "páginas sociales" y las puertas a las embajadas y a los grupos de interés. Han labrado una imagen de analistas independientes cuando se sabe que forman parte de la planilla de algún candidato a la presidencia de la república o de algún diario que los contrata porque los necesita para defender y apoyar como periodistas “independientes”, a un candidato en campaña electoral.

De la misma forma que en el periodismo, encontramos a publicistas que tuvieron poco éxito en sus actividades comerciales en el sector privado y decidieron ingresar al “negocio” de la política. La oportunidad se presenta en momentos de la decadencia de la política en el Perú y en el mundo, por la cual la publicidad se ha convertido en el medio para vender candidatos sin ideas, candidatos con pésima imagen o candidatos que buscan encarnar a un personaje que contradice los principios que representaron. Ha sido penoso cómo, entonces, campaña tras campaña, no se pretende persuadir, convencer y seducir a la sociedad con una propuesta política que ayude a conducir a la sociedad por caminos de unidad y progreso. Lo que se pretende es realizar campañas ruines, básicas, agresivas, apoyadas en spots publicitarios en los que el candidato apela al baile, el canto y  lanza frases breves y agresivas o pretendidamente graciosas contra sus rivales o hace uso del primitivo doble sentido sexualizado o pronuncia groserías para descalificar a sus rivales y “comunicar” sus propuestas.

No se trata de un spot o una campaña de ideas; se trata, simplemente, de una forma simplista, burlona, agresiva, chabacana y grosera en la que se apela a las emociones primarias para ganar audiencia. Las consecuencias en las últimas campañas han sido lamentables y, sin embargo, se persiste en el mismo concepto por el cual el elector es un ser al que se le falta el respeto –el “electorado”- se le considera carente de educación, poco inteligente, incapaz de entender, examinar, analizar y llegar a conclusiones. Se contribuye, precisamente, a este prejuicio, apelando a las emociones primarias y a lo insignificante en la elaboración y emisión del mensaje de “campaña”. Lo emocional va uncido a las emociones básicas y al tratamiento del ciudadano como el “electorado”.

Se escucha con frecuencia en personas cercanas a los gobiernos y a los partidos frases como “hay que marketear” a tal o cual candidato o tal o cual obra. ¿Qué es “marketear” en esta versión mezquina del marketing político?  Es envolver con oropel de la manera más simple y llamativa al candidato o al gobernante. Por ello se  apela a la creación de muñecos, animalitos, a modelos de televisión -los jóvenes la han bautizado basura- a los que  intentan convertir en “íconos” de la juventud y de una campaña electoral. La idea es que todo vale en la campaña electoral.

El mundo ha cambiado mucho para bien y para mal. Junto a la Cuarte Revolución Industrial que se impulsa en las sociedades desarrolladas encontramos la decadencia de los valores que impregna la vida cotidiana y las campañas políticas exacerbadas por ganar como sea por “asesores” exitosos que cobran caro y proponen lo más primitivo. Los más perversos son los que comenzaron en ideologías totalitarias y al extinguirse las mismas, han mutado del ideal totalitario al dinero como su único y verdadero dios. Todo se ha vuelto excesivamente frívolo y decadente. El ingreso de la insignificancia a la política y al periodismo, es una expresión de lo que Mario Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo y en el artículo que comentamos une circo y periodismo.

El mercantilismo ha penetrado a la política y los “analistas políticos” que opinan hoy no ejercen una crítica auténtica, no buscan la verdad porque se encuentran uncidos a una ideología y al ideal del dinero como fin en sí mismo. Por todo ello, en la sociedad del espectáculo y el mundo de las apariencias, la opinión se ha convertido en arma afilada que apela a mentiras y canalladas para derrotar a unos y ensalzar a otros pese a los hechos concretos que serían escandalosos en cualquier sociedad civilizada.

Mario Vargas Llosa, al criticar a Sean Peen y su elogio del “Chapo” Guzmán, concluye con una frase rotunda:  "el periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas de la civilización del espectáculo de nuestros días, donde aparecer es ser y la política, la vida misma, se ha vuelto mera representación. Utilizar esta profesión para promoverse y difundir ideas frívolas, banalidades ridículas y mentiras políticas flagrantes es también una manera de agraviar un oficio y a unos profesionales que hacen verdaderos milagros para cumplir con su función de informar la verdad por salarios generalmente modestos y corriendo grandes peligros."
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