Umayquija, taita, pacojinaracc, (Tu cabeza, está como de paco*), exclamaba como sorprendida mamá. En ocasiones decía, "chucchayquija, taita, jesajinaracc" (Tu pelo, esta como nido). Allí empezaba mi calvario.

Jacú, decía, y cogiéndome de la mano me llevaba donde tío Alejandro Cuba, casi a rastras. Si no estaba me llevaba donde tío Fortunato. Ellos eran los curiosos del barrio Iquicha, hoy barrio Dorado.

Me sentaban sobre un poyo, al aire libre. Tío se agenciaba de una especie de sábana blanca, con la cual me rodeaban el cuello. Desempolvaba una máquina de cortar pelo, mohoso. Una tijera sin filo y oxidado. Un peine de cacho desdentado. Una latita de agua y estaba listo para la faena del corte de pelo.

Carraspeando cogía la tijera con su mano callosa y advertía, manan cuyunquichu maccta (no te vas a mover muchacho). Sabiendo lo que me esperaba estaba al borde del llanto.

Las manos temblorosas acomodaban la cabeza, cogían mechones de pelo y lo tijereteaba, por aquí y por allá. La falta de destreza hacía que siempre la tijera hinque el cuero cabelludo o inclusive confunda el pelo con la oreja. Solo cuando lloraba el tío se percataba del mal corte y decía ah caray, nada más y continuaba.

Tocaba el turno a la máquina. Nuevamente acomodaba la cabeza, cual pelota de fútbol, miraba arriba, abajo y empezaba por la nuca. Otra vez, la falta de destreza, la miopía y lo calamitoso de la maquina cortaba y jalaba los pelos, una y otra vez y yo tenía que estar calladito, conteniendo el llanto y sin moverme, porque si no el corte salía “pata pata” (como andenería) y mi situación se agravaba y eras el hazmerreír de los muchachos.

Después de ese martirio, de llanto contenido, tío cogía su peine, lo remojaba en agua y según él me peinaba y decía ya está, no ves para eso has llorado, maccta caray. Gracias tío y sollozando me iba.

(*) Paco=Alpaca.